sábado, 10 de octubre de 2009

Un Chiche espectacular

Apagué el televisor. Me sentí indignado cuando vi esas imágenes. Consideré a la secuencia que me mostraba el aparato una injusticia tremenda a la moral de este sistema. Con un simple click desde el control remoto supuse darle muerte a ese momento nefasto que comentaba aquel señor de traje prolijo y un peinado un tanto estrafalario. Los rayos catódicos no podían hacerme esto. Me sentía más tranquilo una vez que observé la pantalla en negro.

Las innovaciones no son algo que abunde en los medios de comunicación. Por momentos creo que las ideas tienen un punto cúlmine de crecimiento y luego comienzan a repetirse una y otra vez hasta el hartazgo, con tal de conseguir el mismo objetivo. Los cambios se los dejan sólo a las tecnologías que hacen las veces de soporte técnico. El público, por supuesto, hace las veces de soporte emocional y cognitivo. Felicito a quien es capaz de soportar aquello que pasó recién. Yo no me lo banqué. Era mejor darle fin a esa infinita serie de imágenes.

Por momentos creí que lo mejor era tirar el televisor por la ventana. Para muchos esto será un acto de Justicia Divina. Para mí es un sacrilegio, pero en este instante me vino el chiflete y estuve a punto de cometer un magnicidio.

¿Cómo vive una familia con 20 pesos por día? Es una de las preguntas más trascendentales que se han hecho los filósofos televisivos en las últimas dos décadas. Es un problema social fundamental que irradia un sinfín de cuestiones particulares desde donde iniciar una investigación cuantiosa. Es menester del periodismo actual, tratar de concebir una respuesta única e irrepetible a esta interrogación mágica. Más aún; es clave entender el tratamiento que se le da a este tipo de proyectos en pos de armar una noticia interesante. ¿Dónde está el parangón principal? La respuesta es simple: La espectacularización. El proyecto Blair Witch argento entra en escena y es así como el dramatismo hace las veces de factor fundacional en esta clase de noticias.

Roberto, el padre de familia, sale a trabajar durante todo el día para tratar de traer el pan a la casa. Marta, la madre, con la cara cansada y atareada por el sistema que carcomió sus esperanzas de un mundo mejor le dice a la cámara lo difícil que es sobrevivir con apenas “dos mangos en el bolsillo”. Detrás corretean los chicos. Son 5 pibes entre los dos años, que acaba de cumplir la menor (Karen) y el mayor de los hermanos que cuenta con 14 años (Luis) y sale a “laburar” con el padre para conseguir unos pesos más hacia el final del día. Su objetivo es tener el estómago lleno y ¿el corazón contento?

La música de fondo lleva al público avispado a un climax irrepetible. El drama es una dama de compañía que ayuda a entender el sentido de este formato televisivo tan particular y espectacular.

Roberto desayunó con 2 mates y 4 galletitas. La mujer intenta poner en palabras las dificultades extraordinarias que sobrelleva para pagar los alimentos del día. Marta confiesa los malabares interminables que debe imponer sobre su bolsillo para convidar con un plato de comida a sus hijos. El resto… que pague Dios.

La endiosada televisión pone en imágenes el espanto en su más cruda realidad. La audiencia sufre la angustia de ver frente al televisor, la angustiosa vida de una familia que apenas tiene el suficiente dinero para sobrevivir, y ahora, cual conejillos de indias, son la carne de cañón predilecta para experimentar la más asombrosa de las investigaciones que se haya emitido alguna vez en el país.
Roberto está cansado, come y se quiere acostar. Marta está angustiada, sufre y lo quiere contar. Sus hijos están desahuciados, lloran y pretenden estudiar. La vida del obrero es así. Se las presento, de la mano de la televisión.

La narración continúa y yo que miraba atentamente la trama, ya tenía ganas de vomitar. Estaba asqueado de tanta desazón. Estaba abrumado de tanta hipocresía, con el ojo puesto en el entretenimiento ajeno. Estaba harto de tanta utilización malsana de los recursos en pos de sumarle un punto más al rating.

Detrás de la pregunta irritante sobre la imposibilidad de una familia para vivir dignamente con sólo 20 pesos por día, aparecen los problemas escalonados uno al lado del otro. Y se enumeran.

Señor, usted que está del otro lado; marque con una cruz lo que considere correcto.
Los chicos están imposibilitados de estudiar. ¡Qué futuro nos espera! ¿Y dónde van los pibes cuando no tienen un rumbo claro y viran a la deriva? Si eligió el tema droga. Acertó.

El trabajo está escaseando y Roberto no encuentra una salida clara para mostrarle una guía a sus hijos. ¡Qué futuro nos espera! ¿Y dónde va Roberto si no tiene un punto claro en donde redituar su miserable vida? Si escogió el tema inseguridad. Acertó.

Los problemas en el seno de esta composición familiar están a la orden del día. Las cosas no salen como pretenden. El azar, el destino y las peripecias que deben realizar para sobrevivir engendran un mal interno que está en todos lados cuando se irritan los humores. ¡Qué futuro nos espera! ¿Y dónde dan cause las respuestas cuando no hay respuestas concisas en busca de un mejoramiento temporal en esta vida? Si tomó el tema violencia familiar. Acertó.

Las ramificaciones temáticas se multiplican y hay una simple cuestión que se responde ante el infinito sistema televisivo que los muestra. Droga; inseguridad; violencia familiar. Ítems a los cuales no se puede eludir si se pretende estar rodeando a la más cruda actualidad de estos días.

Pero la televisión no puede mostrar así como si nada esta maraña de ideas. ¿Y si mejor le damos un toque mágico espectacular? Bienvenido sea entonces el renombrado modo de hacer entretenido lo inexplicablemente entretenido.

Si Roberto me dice a viva voz: “Porque en la calle yo me recibí, en el arte de sobrevivir. Revolviendo basura, buscando lo que este sistema dejó por ahí”. Yo lo debo mostrar de una manera amena que no sofoque el sistema nervioso central del pobre espectador que nos observa. Si el señor que vive con apenas 20 pesos por día, sufre de sus desgracias y decidimos mostrarlo para ver lo que es en realidad la realidad; no me puedo permitir darle un sacudón de mal gusto al organismo del público que está del otro lado de la tele, viéndome. Respeto con el mayor de los honores a quienes me observan, que de ellos dependo con las convicciones que merece el caso.

Roberto; Marta; Luis; Ignacio; Belén; Marcos y Karen. Pónganse las pilas y denme el mejor de sus perfiles para que el público disfrute de un espectáculo único.
Las películas hollywoodenses tienen ese no sé qué. Las tramas de los films yanquis cotizan en bolsa. Construyen un relato magnánimo que simula una realidad alterna capaz de manifestar un innumerable proceso de secuencias espectaculares. Son al fin y al cabo los reyes del celuloide constitutivo de la ficción.

Esto que sucede en el mundo argento no es ficción pero se construye como tal. La dosis dramática; el elixir de suspenso; la química doctrinaria del espectáculo televisivo está en cada uno de los puntos que se toque desde la caja boba. El contenido es lo de menos. La fórmula clave es la forma de decirlo. Y cómo atraer al público es la manera más trascendental para conseguir un buen número. Salud entonces a esos mecanismos. El fin justifica los medios decía Maquiavello. En los medios se justifica cualquier fin, diría yo.

Es por eso que apagué la televisión esta noche. No la pienso prender hasta que el sistema no se retracte y me conceda la bondad de poner los puntos claros sobre la mesa. Soy responsable de mis actos y no puedo permitir que el plagio sea un arma de doble filo.

Yo me banco cualquier cosa, pero esto es inaudito. Las ideas deberían patentarse en estos casos.

Algunos juegos televisivos los inventé yo. ¡Y no pienso permitir que me copien… como que me llamo Samuel!

Estos “chiches” espectaculares son míos. Me calmé, pero la próxima cometo magnicidio…

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