lunes, 26 de abril de 2010

Crítica a mi razón pura

Oídos sordos a los exegetas de la razón pura, voy a proclamar el tan mentado derecho a delirar que cada uno tiene como potestad para utilizar. Así que, siguiendo a Eduardo Galeano, “propongo clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible” .

Me senté en el sillón más cómodo de mi casa; ese que compré hace unas semanas en el Shopping, y las imágenes comenzaron a llegar a raudales, sin un control conciso que me permita discernir eficientemente sobre la conveniencia de cada uno de esos factores que se atolondraban ante la mirada. Cerré los ojos por un segundo y la calma volvió a mi mente para determinar la idea que anidaron mis neuronas después de tanto espasmo informativo.

Tengo razones para afirmar que los medios de comunicación masiva, aquellos que hoy se consideran un poder concentrado, en los que se manipulan desde su interior la friolera esquematizada de la realidad, tienen una preponderancia vital en la conformación del Sujeto posmoderno con el cual convivimos hoy en día.

Me jacté en algún momento del Tiempo de ser el diseñador de un andamiaje único e irrepetible que duró cientos de años. Una filosofía capaz de perdurar en la historia. Pero hoy, un par de tecnologías, una caja boba y una red gigante, pretenden corromper esa esquematización.

Vayamos por partes. Los libros de historia hicieron un corte tangencial en la cronología y con eso pretendieron sintetizar algo mucho más complejo. Pero bueno, hagamos el juego a los viles historicistas. Apareció la Modernidad ante sus ojos y lo propusieron de la mano de aquellas ideas de mi tiempo.

Pasemos revista un segundo:

La razón fundamental de este momento es la Razón. Y como tal, intenta buscar un progreso humanitario hacia adelante. Avanzar hacia un punto fijo a alcanzar. Así, el Sujeto en el preconcepto de utilizar el razonamiento a como dé lugar, hizo un llamamiento a lo que denominó el Positivismo calculador.

La Modernidad entonces tuvo el propósito de poner a la Razón en el estricto sentido de fría calculadora, siendo el epicentro de su mundo interno. La Ciencia era la mandamás y su proyecto era el dominio técnico del mundo para conocerlo objetivamente y hacer uso de él. Simple: así su método permitiría una visibilidad que le diera acceso empírico al mundo real.

El Sujeto tenía una idea fijada; un progreso estimulado y las intenciones de crecer de la mano del conocimiento.

Pero hoy prendo el televisor y me demuestran todo lo contrario. Aprieto un botón y está Marley hablando con un mono, mientras miles de personas se involucran con el circo. La armadura del razonamiento se está haciendo cada vez más endeble ante el pan que brindan hoy, y el Sujeto cada día avanza más en busca de encausar aquellos deseos primarios, que sobrepasan la moral. Se rompe un dique y el goce brindado por el medio está a la orden del día.

¿Qué pasó en el medio?

Un gran relato se corrompió.

¿Qué pasó con los medios?

Ganaron terreno paso a paso y su eficiencia técnica (paradoja moderna) crispó los ánimos de un sujeto que tendió su mano hacia ellos para que estos le tomen el hombro.

Fue Jean-Francois Lyotard quien hacia 1980 decidió hablar de condición postmoderna para referirse a la sociedad del Capitalismo avanzado de la época, logando una enorme repercusión. Explicaba cómo se “abandonaban los criterios racionalistas del progreso y la evolución histórica, para buscar la nueva razón de ser en el acontecimiento y la diferencia” .

La nueva instancia cambió al Sujeto, que se comenzó a ver a sí mismo con una novedosa aura lejos de los manejos discursivos que lo regían. Y los medios de comunicación masiva son un factor trascendental para que eso ocurriera.

A partir del quiebre con esa Modernidad, el Sujeto se vería a sí mismo, valga la redundancia, mucho más ensimismado. Por su parte, los valores que emanaba la sociedad como un bloque dispuesto a ser seguido a rajatabla, caerían frente al peso opositor de un yunque arrogante al que las pasiones y los deseos libres permitirían catapultar al sistema valorativo hacia el ostracismo.

El letargo conceptual va de la mano con las complicaciones a la hora de interpretar esta nueva corriente teórica. El Postmodernismo es un proceso al que le falta un sistema, carece de un orden, escasea de unidad y sobretodo es limitado para encontrar una coherencia interna. Creo entender por qué ocurre eso. Y es que el Sujeto se posicionó en un lugar privilegiado en donde la anomia social lo arrastra a alejarse cada vez más de aquellos valores que el sistema moderno le brindaba de forma concisa.

Pero todo tiene un anclaje histórico, ¿verdad? Y para la postmodernidad la idea es renovarse a las huestes de la cultura tradicional previa al envión modernoso. Se reniega hoy de ese proyecto de corriente hacia el progreso y supone el fracaso por emancipar mediante el uso de la razón a la Humanidad. Actualmente eso se considera imposible y el vendaval positivista del compromiso riguroso por la innovación técnica y científica fue coartado de buenas a primeras.

¿La razón? Considerar a la Razón, una especie de teología autoritaria. Entonces surge el postmoderno: un hibrido capaz de reunir los sinsabores de la cultura popular, los añejos tiempos lejos de este continuo inerte impulsado por el vigor de la utopía tecnológica.

Paso 1: Descentralización de la autoridad intelectual.

Paso 2: Profunda desconfianza ante los grandes relatos.

¡La puta madre! ¡Destrozaron mi Gran relato!

“La razón de ser es el progreso. Se supone que los diferentes progresos en las diversas áreas de la técnica y la cultura garantizaban un desarrollo lineal marcado siempre por la esperanza de que el futuro sería mejor”, repito.

Hoy la homogeneidad de esa búsqueda desapareció y los medios de comunicación son los precursores, paradójicamente, de la mano de su homogeneidad a la hora de fomentar sus contenidos.

Jonathan Friedman explica el paso de la siguiente manera:

“Durante mucho tiempo se debatió en torno al paso de la modernidad a la posmodernidad y la transformación o acaso desintegración de la identidad moderna. La crisis de la modernidad es un fenómeno específico de los centros declinantes del sistema mundial que se desató en la descentración de la acumulación de capitales. Somos testigos de una pluralización cultural del mundo y también de la globalización de la cultura: la formación de una única cultura mundial” .

Homogeneidad cultural que proyectó la modernidad, alineó en los medios de comunicación y fomentó en el mismo sujeto, sustanciado por la lluvia de la aculturación y que promovió su deceso como ser subjetivo. Aquí acarreo mi culpabilidad como ilustrado y ya explicaré por qué. No apresuremos las conclusiones, para eso está el tiempo actual. ¿O no es así?

No. El tiempo se escurre entre las manos y con dobles click. El pulso de la atemporalidad que supo describir Manuel Castells con la conformación de multimedios extensivos que interconectan cada uno de los puntos nodales del mundo real a la sazón de lo virtual, hace que todo se transforme en una gran red instantánea donde las informaciones circulan a una velocidad inusitada y el tiempo se disuelva. No se vive de la misma manera que antes y desaparece en el espacio inmaterial.

El autor lo dice así:

“¿Por qué surge el tiempo atemporal en la sociedad de la información? En la sociedad red de finales del siglo XX aparece un paradigma tecnológico que se vincula con el desarrollo de las comunicaciones, transformándolas en poderosos instrumentos para la obtención y el control del poder. Los medios de comunicación, al sujetar a los procesos sociales y manejar la información que ofrecen de ellos, eliminan el tiempo real (no atemporal) que transcurre entre los acontecimientos y su difusión. Con ello, el tiempo que pasa entre el hecho y la búsqueda de conocimiento sobre éste es mínimo y permite pocas posibilidades de entendimiento de la realidad” .

Será cierto, entonces, eso de que las tecnologías se multiplican cuantitativamente y se agigantan exponencialmente en referencia a su calidad. La sociedad homogeneizada habla en red.

Pero aquí mi idea sobre lo que le sucede al Sujeto ante estos avatares: Mientras más chico el soporte tecnológico; más grande es la brecha de separación de los Sujetos que los utilizan. Y mientras más rápido se accede a las informaciones, menor el tiempo disponible para analizar y, justamente razonar sobre esto. Chau Razón, no hay tiempo para eso.

Ejemplo simultaneo: Estoy viendo la televisión 14 pulgadas en mi habitación, en este sillón de maravilla. Afuera, ni idea lo que ocurre. Me posiciono en el adentro y desde acá miro el exterior. Simbiosis pura de lo que entiende el Sujeto por sí mismo. Se adentra en él y desde ese interior ve todo lo que la realidad televisiva le encomienda. La “artefactualidad de ese cúmulo de acontecimientos que le arman los medios” , en palabras del filósofo francés, Jacques Derrida.

Es evidente: más inmenso es el fomento de una nueva cultura signada por la arrogante técnica moderna, mayor es el cisma ocasionado en la subjetividad del postmoderno.

Estoy con todos pero no estoy con nadie. Veo absolutamente todo lo que deseo, que tengo a disposición en la carta audiovisual, pero no veo nada que no me permitan observar los rayos catódicos. La gran red se renueva constantemente mientras el Gran Relato previo se disuelve en su propio jugo, que él ayudó a conformar.

¡Cómo me equivoqué! El proyecto de Ilustración que vi nacer alimentó a todas las corrientes políticas modernas, desde el liberalismo hasta incluso el marxismo, o si vengo más en el tiempo, a las democracias actuales. Pero el nuevo sujeto posmoderno plantea posiciones donde el núcleo ilustrado ya no es funcional en un contexto multicultural de la actualidad homogénea.

Lo sé, mi idea era un tanto etnocéntrica si lo veo desde lejos. Un poco autoritaria, tal vez. Y tenía un sentido de primacía por la cultura que yo mismo vi irradiarse. Ahora la diferencia y el acontecimiento son el magma de la nueva cultura y los medios de para bienes.

Soy ilustrado. Me reniego a dar el brazo a torcer y aceptar lo que impone Clifford Geertz:

“Una vez que es vista como acción simbólica, la cultura es un documento activo y pierde sentido saber si es conducta estructurada o una estructura de la mente o hasta las dos cosas juntas mezcladas. Es un error pensar que la cultura es supraorgánica, conclusa en sí misma, con fuerzas y fines propios. Esto es reificar la cultura. Y pretender que consiste en el craso esquema de la conducta que observamos en los individuos de alguna comunidad identificable, es reducirla” .

Si vuelvo sobre mis pasos, pongo en tela de juicio esta idea del antropólogo. Es que la Ilustración pretendía escenificar un mundo homogéneo donde la cultura implementaba estadios para las sociedades que debían alcanzar un grado de desarrollo civilizatorio coherente.

Y este muchacho viene con la creencia de que hay tantas culturas como sociedades posibles, y cada una con sus complejidades concretas a las cuales hay que interpretarlas debidamente para sacar conclusiones precisas sobre ellas, sin preconizar previamente.

Puede ser que sea así, pero es necesario que se me entienda: el desajuste provocado en el nuevo Sujeto es irrevocable. Tal vez sea culpa de esa modernidad que moldee con ideales firmes. El error por mi etnocentrismo lo acepto, pero no se puede negar que se llegó a un punto crucial donde el sujeto pasó de concretar sus diferencias a dejarse atropellar por la sinrazón. Una cosa es entender que hay distintos enfoques y culturas; otra cosa es que el Sujeto se precipite en el nulo entendimiento de lo que le sucede. Los medios homogenizan en la diferencia. Ya me explicaré por qué.

Insisto, hoy veo una precarización absoluta de aquel Estado Nación que cimentó los valores de igualdad y ciudadanía, que llevan al letargo el compromiso del Sujeto actual. Un desencanto por la sociedad que me desencanta.

Dany Dufour lo explica de esta manera:

“Estamos en una época que presencia la disolución, la desaparición incluso, de las fuerzas sobre las cuales se apoyaba la modernidad clásica. A ese primer rasgo del fin de las grandes ideologías dominantes y los grandes relatos, se ha agregado paralelamente y para completar el cuadro: la desaparición de las vanguardias y los progresos de la democracia. El desarrollo del individualismo; la disminución del rol del Estado; la preeminencia progresiva de la mercancía por sobre cualquier otra consideración; el reinado del dinero; la transformación de la cultura en modas sucesivas; la masificación de los modos de vida que se da en simultaneo con la exhibición de la apariencia; el aplanamiento de la historia en virtud de la inmediatez de los eventos y la instantaneidad de la información. El importante lugar que ocupan las tecnologías muy poderosas y con frecuencia incontroladas; la desinstitucionalización de la familia; la evitación del conflicto y el desinterés progresivo por lo político (…) son el advenimiento del Sujeto posmoderno” .

¡Presente!, gritó el nuevo actor poderoso. El mercado es un Dios que se expande y camina con la seguridad de quien sabe que tiene un destino claro. Este avizora a los medios como una bocanada de aire fresco y en ese lugar la publicidad encontró un sitio donde refugiarse de las críticas alusivas a su veneno compulsivo. La valoración de los valores mercantiles se entrecruza, y ahora hasta el propio conocimiento adquiere estatus de intercambio comercial.

La compulsión al consumismo se hace objeto directo en el Sujeto, haciendo alusión a la sintaxis.

La publicidad, el arma de doble filo.

“Considerada al comienzo sólo como una técnica de modernización de los métodos de venta, se convierte en el transcurso del tiempo en el vector de la comercialización en el ámbito del modo de comunicación, y en tanto tal, es un núcleo central en la esfera pública. Sector privilegiado de la producción del acontecimiento técnico, es decir del que se crea a partir de artificios visuales o sonoros, provocando una brusca alteración que rompe la continuidad de la información y aviva la atención de las audiencias. La publicidad es también el laboratorio de vanguardia de la cultura de masas” , explica Armand Matelart.

El deseo que taponaba la moral en algún momento de la historia y se impregnaba como un Gran relato en los hombres, hoy cae en desuso y el placer y goce que se encausan a partir de la satisfacción que brindan los objetos que se encuentran en el mercado, se hacen carne.

La razón se suprime y el placer de conocer queda reducido a su mínima expresión. Hoy el mercado supo aferrarse a lo que entiende, es un gran negocio.

Y en el espíritu del saber, la historia tiene una preponderancia funcional. Esto no lo van a renegar. El problema es que la historia incluso ha entrado en esta vorágine y su enseñanza pende del hilo del autodidacta.

Mario Carretero, especialista a la hora de hablar de esta temática, lo aclara:

“Considerando su papel en los procesos de formación de las identidades nacionales, las versiones de historia en las escuelas parecen articular una construcción de narraciones sobre la base de un relato único, que funciona como un implante de recuerdos más que como una memoria. Ese conjunto de recuerdos, ornamentado al modo de una bella estampa, pide dosis intermitentes de vivencias y de olvido, lo que en términos orwellianos se vincularía con la cuestión del Poder, ya que quien controla el pasado, controla el presente, y quien controla el presente, controla el futuro” .

Es claro que el saber y el conocimiento entraron en un espiral del que es imposible salir a partir de las reglas de juego que se impusieron. La enseñanza de la historia no está exenta de todo este embrollo y las complicaciones se hacen evidentes, pues los medios de comunicación son un elemento clave para llevar adelante este proceso.

La historia se arma con el presente. Y el presente está esquematizado, articulado y moldeado a la razón de los medios, quienes detentan el poder central sobre el ímpetu del Sujeto. Todo se abroquela a partir de ellos y quien recibe las informaciones está envuelto en esos velos que esconden lo que saben, deben esconder.

La libertad por conocer el mundo queda librada al azar de los que manipulan las comunicaciones y su enseñanza cotidiana debilita a la libertad en nombre de la libertad. Entonces “el hombre que vive libre pero en todos lados se encuentra encadenado” , es una realidad concreta de Rousseau.

Los medios hacen uso de él. La realidad la construyen a su parecer de esa forma, con un lenguaje común y entibiado en la búsqueda de compaginar todo un entramado capaz de absorber a los hombres.

Rápido y furioso, el trajín moderno supuso un progreso que técnicamente trajo el posible bienestar, donde las comunicaciones se posicionaron en un lugar privilegiado. Pero el Sujeto, indemne a ese sentido, cayó en la cuenta que ese progreso era espejismo y se estaba matando a sí mismo.

Ahora se ve en su interior con un anhelo a la devolución previa al moderno. Aquel emblema del “Saber Científico” que explicaba Lyotard; donde la investigación en búsqueda de la verdad del mundo tangible era lo primordial, se reduce. Entonces vuelve al cruce el “Saber Narrativo”. Proceso del cual es primordial la cultura oral, la cuestión cotidiana. Posmodernidad.

Es que cuando se destruyen las estructuras fortalecidas, se vuelve al pasado que con confianza existió en un momento previo. Y a eso se avoca el Sujeto posmoderno. Este busca darle una lógica al mundo a través del lenguaje propio. En el saber científico todo era consensuado y estipulado como ley. Pero la diferencia es el cenit posmoderno, y así remarca su valoración el saber narrativo.

La homogeneización cultural buscada se desvanece. La razón impuesta desaparece y ahora el Sujeto muestra sus garras ante un nuevo panorama donde el mercado impulsa un nuevo Gran relato teniendo a los medios de comunicación como aliados fundamentalistas.

El negocio abre sus brazos y el Sujeto se envuelve en él como si se abrazara a sí mismo. Un inconsciente donde la razón no sabe llegar.
Por la pureza del Sujeto, la Razón entró en estado crítico.