lunes, 19 de octubre de 2009

Se aprovechan de mi nobleza

Ayer me reencontré con un compañero de colegio después de 10 años en los que no supe nada de él. Teníamos una muy buena relación, les digo en serio. Café de por medio, me dijo con una seriedad notable, qué pasaba con su vida. Y soltó: “Soy escritor. Me dedico a crear poemas”. El romántico empedernido que alguna vez allá a lo lejos acostumbraba a sentarse al lado mío en la escuela, en la actualidad dedica su tiempo al vicio de la escritura. No lo niego, le veía condiciones para eso.

Ahora bien, detrás de esas simples palabras enmarañadas que irradian sentidos en donde el común de la gente no lo ve y a lo que todos llaman poesía, me vino a la mente una escena muy particular en donde el muchacho en cuestión era el protagonista principal.

Les soy sincero: No soy afecto a las películas de suspenso. Mucho menos si la pasan a las 10 de la noche. Por alguna razón, luego tengo pesadillas; pero no quiero irme por las ramas, mejor cuento lo trascendental.

El joven Walter (así se llama el pibe) cuando éramos unos purretes, en una hora libre sin maestro alguno, de las que abundaron por aquellos tiempos, me contó la película que había visto el día anterior.

Y empezó: “!No sabés Mati! La peli es buenísima. Resulta que unos tipos viajan a Egipto porque quieren descubrir una vieja historia secreta detrás de las maldiciones en las pirámides. Entonces, van todos por el desierto y encuentran las ruinas perdidas de Amun Rá” (Así me imaginé que se llamaría. Recuerden, era un niño).

No los desconcentro del tema central con cursilerías lingüísticas, mejor dejo que siga relatando Walter: “El legendario monumento egipcio escondía tesoros increíbles, pero parece que la maldición no debía ser descubierta, y entonces los tipos se encontraron con otros señores que protegían el lugar sagrado. Estos hombres con túnicas negras les dijeron que no pasaran. Pero como esto es una película… los intrépidos protagonistas no hicieron caso. Entonces entraron y descubrieron una momia y un libro extraño. Ese documento lo leyeron sin darse cuenta que volvería a la vida a la momia. La maldición decía que todo aquel que abriese el libro iba a morir a manos de la momia”. Hasta acá la película tornaba interesante.

Walter terminaba su historia: “!Terribleeeeee! A un pelado le entró un bicho raro por el pie, subió por todo su cuerpo y le termino alojándose en su cerebro. El tipo se murió desesperado. A un par de norteamericanos (de los que no faltan) los terminó comiendo la misma momia. Otros se cayeron a un río de lava negra al estilo "Agua de los lamentos" y jamás se volvió a saber algo de ellos. Un egiptólogo finalizó absorbido por millones de termitas carnívoras rarísimas. Al final, la pirámide se cayó, pero obvio, el protagonista y la chica lograron escapar antes del derrumbe”.

¡Qué peliculón! Les digo en serio: de los 15 minutos de relato de aquel film lo único que quedó fijo en mi mente es la innumerable cantidad de veces que el pibe me dijo que “la mina que hacía de protagonista estaba re buena”. Del resto, no me quedó más que trescientos millones de detalles incongruentes que no pude hilvanar hasta que vi la película. Sí muchachos, esa historia es la de “La Momia I”. La recomiendo, pero no se las pienso relatar.

¿Por qué toda esta introducción minuciosa, si no tiene sentido alguno y da detalles innecesarios? Bueno, el asunto es que recordé a Walter cuando agarré el diario de hoy.

Tema fundamental en estos días es uno y nada más que uno. El proyecto de Ley de Radiodifusión da vueltas por todos los medios de comunicación posible y el conflicto está a la orden del día. Mientras el Gobierno, de la mano del cúmulo de legisladores oficialistas se alistan para aprobar sin sobresaltos el “proyecto democratizador”; los medios muestran sus uñas de la mano de la mágica realidad que describen en su interior. Así, el monopolio del Grupo Clarín defiende sus intereses en las mismas páginas de su diario, en contra de la posible futura “ley antidemocrática”…

Las noticias van y vienen. Llenan espacios en blanco. Disponen de la mayor cantidad de éter posible. Y alcanza niveles de desarrollo tales que uno ya no sabe si está siendo informado sobre una realidad o se encuentra dentro de un conflicto político de magnitudes insospechadas. ¿Es necesario que les responda? Mejor no abundo en una explicación detallada.

Aquí sale al ruedo la notable “Sobre-información”. Hace gala de su presentación y como un as bajo la manga periodística cubre todos los aspectos posibles: El proyecto tiene matices de todo tipo y los relatos sobre el asunto ya superan las expectativas. La información se multiplica a diestra y siniestra y el lector desprevenido ya no sabe dónde mirar. Detalles y más detalles ya no permiten distinguir el rango de importancia. Si allá a lo lejos un loco me dijo apenas entré a la facultad, que las noticias tiene un carácter jerárquico; y que la importancia de los hechos va en orden decreciente para que la audiencia pueda leer lo más trascendental primero y luego hilvanar datos pormenorizados hacía el final; hoy ante esta situación, la realidad marca algo distinto.

Intereses de por medio, lo trascendental no son los hechos que se cuentan con una importancia básica estipulada. Lo recomendable es detallar sobre asuntos particulares que lejos están de parecerse a algo fundamental para que la gente se entere. Lo trascendental ahora es plagar de información. Los datos se superponen unos a otros y uno ya no sabe dónde leer. La realidad es una maraña incongruente sin un hilo que los teja para que se entiendan.

“Sobre-informado” leo el Clarín. Miro a la izquierda (hablo de direccionalidad manual y no política) y dice: “En el inicio de las audiencias públicas organizadas por el oficialismo sobre el proyecto para una nueva ley de medios, los primeros 44 expositores tendrán diez minutos para dar su opinión, en una jornada que durará más de 10 horas. Será en el Auditorio del Anexo de la Cámara Baja, con capacidad para 250 personas y con ingreso limitado sólo para diputados, asesores, taquígrafos y periodistas. Es decir, sin público.” Así se inició la nota.

Pero así finalizó en sus últimos párrafos: “Distintos sectores de la oposición, a favor de organizar audiencias públicas en siete puntos del país, cuestionaron el formato impulsado por el oficialismo y la porción de oradores que quedaron afuera. La semana pasada, la pulseada por la elaboración del cronograma se había llevado buena parte del plenario. Ayer se repitieron los tironeos en ese sentido y según la oposición, la cantidad de pedidos para exponer superaría los 300…”.

En el medio hay datos de todo tipo, forma, factor, color, tamaño y si no tuviese problemas con la vista diría que me pareció ver hasta algún análisis bucodental de varios legisladores que discuten el proyecto.

Sigo sobre-informado. Miro a la derecha (ahora no les podría precisar sobre si es simple cuestión manual o ya una direccionalidad política) y leo sobre las advertencias que lanzan las radios del interior ante su conflictiva situación si se aprueba el proyecto. Veo las palabras multiplicadas de los diputados de la oposición y hasta a un muchacho venido del Viejo Continente para dar su parecer sobre la Radiodifusión nacional. El señor es un jerárquico en los medios de la Unión Europea y es palabra autorizada para criticar el proyecto de ley. Inclino la vista y me sorprendo con una “Ley mordaza”, según palabras del diario español “El País”. Y para cerrar el picnic informativo, me entero sobre la presión incesante que el Gobierno realiza a Cablevisión --la operadora de cable que tiene en su interior grandes porcentajes de dinero provenientes del mismísimo grupo Clarín--.

Detalles y más detalles que me ciegan la capacidad para analizar. Puntos clave que se disuelven entre tanto palabrerío sin sentido. Catarsis ideológica asoma desde todos los puntos y siempre con la misma idea en mi mente: ¡Qué quilombo todo esto!

¿Y ahora quién podrá defenderme? Como sé que el Chapulín colorado ya está bastante viejo para venir a rescatarme, no me queda otra cosa que seguir aguantando toda esta embestida informativa. Todo este cúmulo impresionante de datos y más datos de toda índole que ya no puedo sostener.

Como todos estos movimientos de los medios están fríamente calculados, los detalles son obra y gracia de una “sobre-información” asistida, que dice muchas cosas, pero al final no dicen nada. El toque de dramatismo juega su parte y la intriga está dentro de las posibilidades.

Las comparaciones son odiosas y creo que sería un despropósito igualar en un mismo nivel a la información que detallan los medios, con Walter y su interminable película. Me estoy yendo por las ramas, pero lisa y llanamente tengo la certeza de que ambos se aprovechan de mi nobleza…

1 comentario:

  1. que bellas palabras quercia..
    son masprofundas que las que compartimos por eme ese ene ajjajajaja

    Bren

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