viernes, 9 de octubre de 2009

Me excedí

Cuántas veces me han dicho que es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras. También es habitual que se diga que las mentiras tienen patas cortas, así que no me arrepiento de haber aclarado las cosas cuanto antes; lástima que los arrepentimientos no se llevan bien con los reglamentos. Me inculcaron que siempre que se toman decisiones hay afrontar las consecuencias de lo hecho porque lo hecho, hecho está. Es difícil narrar una historia tan enredada, pero tengo tiempo, espero que ustedes también.

Desde chico soy fanático de la natación y siempre espero las transmisiones por televisión de los distintos torneos para conocer aún más sobre la disciplina. Con un grupo de amigos, entre los que se encuentra mi hermano, empezamos a nadar y disfrutar de ello en un club de barrio; muchos soñaban que, con el tiempo, se convertirían en grandes competidores mundiales y lucharían por alguna medalla en los Juegos Olímpicos. Y tanto crecimos en nuestro modo de nadar que llegamos a competir en torneos interzonales y luego en competiciones provinciales. El grupo estuvo unido desde siempre, a cada momento, en cada pileta, ante cada adversidad, siempre aparecía el compañerismo que nos destacaba y del cual disfrutábamos a cada instante. Cinco grandes del buen nado: 3 amigos en común, mi hermano y yo, con desafíos que nos permitió crecer juntos. La relación con mi hermano no era la mejor ¿Cuál no?, pero en la pileta era diferente, tal vez porque no nos escuchábamos, sólo esperábamos que el otro tocara la pared y la posta que integrábamos iba derecho a la victoria.

Ahora bien, ¿Por qué este preámbulo engorroso?, simplemente porque la oportunidad llegó, y teníamos todas las chances de ganar, ya que los tiempos de competencia eran los adecuados para ingresar a los torneos nacionales de donde surgirían los equipos seleccionados para competir internacionalmente. Aquí está la cuestión, porque ganamos holgadamente y conseguimos el pasaporte a cumplir nuestro más preciado sueño desde que habíamos conformado el equipo cuando, de chicos, nos lanzábamos a la pileta.

Se ve que es cierto lo que se dice sobre la gloria, que rompe tus raíces, transforma tu personalidad, el triunfo te empalaga, y tantas otras boberías que se dicen en los medios, los psicólogos y tantos otros (de hecho lo acabo de escuchar en los pasillos cuando me citaron a hablar, recientemente).

Como bien había dicho, éramos cinco amigos, cinco en unión de equipo, cinco para triunfar en las competencias internacionales, que hace 2 años se realizaron a lo largo de una guía de desafíos, en busca de los tiempos determinados para entrar de lleno a los Juegos Olímpicos, que dicho sea de paso, aviso que comenzaron ayer nomás.

Esto que voy a contar era secreto hasta que estallé de bronca conmigo mismo. Y para colmo elegí el peor camino para descubrirlo. Siendo suplente indiscutido del equipo, mi mal humor antes de las carreras se hacía notar cada vez más seguido. Ver a mi grupo lanzarse a la pileta mientras yo me dedicaba a la fascinante tarea de cronometrar los tiempos individuales, no me caía muy bien que digamos. Lo mío era la natación fuera del agua, como un director técnico de fútbol en el banco de suplentes, pero sin tener mucho que decir (claro, en el agua no se escuchan las indicaciones que llegan de la superficie). Envidia sana o no, los celos me carcomían, los mejores tiempos se veían en cancha, sólo que yo los veía desde la tribuna y disfrutaba en los vestuarios; el ¡Vamos vamos! me resultaba un poco fastidioso. Mucho no hay para aclarar, los que corren más rápido tienen el derecho a competir y si queríamos ganar esa era la clave, no pretendía entrometerme en la victoria de mis amigos.

Son pocos los momentos de lucidez que se destacan en mi vida (tal vez contar esto es uno de los momentos más sagaces de mi vida). Pero por aquel entonces mi cabeza no era de lo más lúcida y si hablamos de que el triunfo te cambia, imagínense ser parte de esos triunfos pero no participar activamente de ellos.

El día señalado era el 7 de septiembre en Brasil, y con conseguir un buen tiempo pasábamos derecho a la clasificación de los Juegos Olímpicos. Algo terrible pasó por mi cabeza que no convendría comentar aquí, pero digamos que se sintetiza en dos líneas. Me tocó competir a mí, porque mi hermano sufrió una severa complicación estomacal que lo condujo al hospital más cercano, donde dijeron que algo que ingirió lo tuvo al borde de la muerte. Créanlo o no, competí, ganamos, logramos el mejor tiempo, clasificamos con destino al sueño, pero no me sentía conforme. Algo me decía que me había excedido.

Repito una vez más que no son costumbre mis momentos de lucidez, y lo que hice luego no fue lo más recomendable. Como si fuera poco, estallé en el peor lugar en el que podía hacerlo ¿Dónde se resuelven los escándalos privados de gente que no conoce nadie? Sí, acertó, en la televisión. En un comienzo eran todos canales deportivos porque, por supuesto, iba hablar sobre la gran victoria del equipo que nos representaría en los Juegos Olímpicos, pero eso duró poco porque cuando aclaré que era una confesión importante, todos los micrófonos del país me asediaron. El secreto se develó en el lugar más propicio pero menos oportuno. Mejor no recordar qué fue lo que tomó, ni yo me acuerdo. Mi hermano estaba bien físicamente pero mis palabras lo demolieron psicológicamente. Ustedes lo habrán visto, si no se pierden ninguno de esos escándalos televisivos.

Mi honestidad brutal me sumió en una terrible depresión. Tanto fue así que sin que pueda nadar mi hermano, el equipo decidió no competir la última fecha del circuito, ¿Para qué? igual teníamos el pase asegurado; y de cierto modo fue mejor que así fuera porque, sinceramente, estoy seguro que no pasaba el antidoping (es algo que no conté en la tele pero hubiese sido bueno hacerlo, por lo menos eso me hubiese convenido ¿o no?).

Mi equipo al poco tiempo fue mi ex-equipo; antes miraba de la tribuna, ahora ni eso, me daba vergüenza ver competir a mis amigos sin la confianza que tenían sobre mí.

Lo dicho, dicho está; lo hecho, hecho está. Mi hermano es el eje del equipo, el último en salir, la figura de la cancha que rompe record nacionales todas las semanas. Lo hice y gané la carrera; lo dije y quedé fuera del equipo. Las consecuencias son consecuencias y las decisiones están tomadas y hay que arremangarse y seguir.

Si hablamos de consecuencias esas no fueron las únicas, porque mientras todos se deslizan bajo el agua, yo sufro encerrado en la oscuridad.

Pero hoy es el gran día, y los Juegos Olímpicos a los cuales había clasificado, ni por televisión los puedo ver (allí donde nació todo ni siquiera me da para ver a mis compañeros).

Esperemos que ganen, ya que di todo por el equipo, pero los triunfos me cegaron; creo que me excedí.

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