miércoles, 7 de octubre de 2009

Intuición

Abrió el libro y supo desde un principio con qué se iba a encontrar. Entendía como nadie aquello que la aferraba internamente a una historia que narra una y otra vez la misma secuencia. Sabía después de todo, qué ocurriría luego de finalizar la lectura de aquel párrafo. Despertaría en ella algo que no se esperaba, pero íntimamente intuía.

La interminable maraña de hojas se esparcía sobre la mesa en un desorden prácticamente infinito. Cualquiera que se dispusiera a ordenar tan sólo un poco aquel sitio, no entendería cómo ella comprendía porque estaba todo así. Pasó el tiempo pero ese liviano y tenue papel traducía más cosas de las que se pudieran entender en un simple abrir y cerrar de ojos.

La música de fondo la transportó a un lugar único. Irreprochablemente mágico. Allí se sentía protegida. Con la calma de los años de experiencia encima, se dispuso a leer las abroqueladas hojas que el pasado quiso lastimar. La tinta prácticamente no dejaba ver su significado en el terso papel maltratado por el tiempo. El color amarillento delataba los gritos del reloj a cada paso. Era una pieza elemental de su vida: Sentir nuevamente aquel perfume suave de la flor; mirar fijamente al cielo en busca de la estrella predilecta. Era hora de volverla a descubrir.

“¿Te acordás cuando hicimos aquel papelón en medio de la plaza? Yo lo recuerdo como si hubiese pasado ayer. Pensar que desde aquel momento no nos separamos más”. La hoja deshilachada se deshacía en sus pequeños dedos. Con el cuidado magistral de un cirujano y la precisión mordaz de un científico en pleno descubrimiento; la mujer dio vuelta la página.

El relato continuaba con una determinación pronunciada: “Tengo experiencia en estas situaciones. Dejame que te ayude con tu problema. ¿Estás segura de lo que ocurre? Mirá, la cosa viene así; con el pibe está todo bien y vos tendrías que hacer…”. Las imágenes se multiplicaban en la mente y los segundos se traducían en horas eternas, donde las aventuras estaban a la orden del día. En ese instante dio vuelta la cabeza y miró fijo aquella foto añeja.

Cerró los ojos.

¿Cuál es realmente el significado de la amistad? ¿Qué sentido etimológico nace desde su más profundo interior para traducir aquello que dos extraños amigos pueden vivir?

La tesis sobre la cual escribió mucho tiempo antes intentaba complejizar sobre este tema. Una escritora con una sagacidad envidiable como era, comprendió en ese preciso momento que más allá de lo que se escribe; lo trascendental penetra el sentido de cualquier palabra.

Cuando inició su trabajo sobre “la verdadera importancia de la amistad”, categorizaba trayectorias endebles. Monitoreaba actitudes posibles y armaba redes conceptuales en pos de explicar algo que para la mayoría de la humanidad resulta inexplicable.

Así empezaba su obra cumbre en aquella oportunidad, que luego publicaría con grandes honores: “¿Por qué somos amigos?”. Título alentador que lejos está de ser una canción más de cualquier arrabalero latino en medio de un recital melancólico; ella había escrito con la fuerza de voluntad que emanaba de algún lugar sobrenatural.

“Para entender el verdadero significado de una palabra mágica, lo importante es ir a buscarlo a donde la simpleza no tiene lugar. Muchos creerán que la amistad es algo que está fuera de discusión y quizás la consideren la secuencia de letras más compleja y polisémica de nuestro lenguaje. La arbitrariedad de nuestra lengua hizo posible que a la amistad la consideremos más allá del fino sentido que le da la sociedad en la cual vivimos”. Así comenzaba el prólogo de un libro que se convertiría en Best Seller en poco tiempo.

En ese texto intentaba disponer de fundamentos lógicos para que todos los seres del planeta comprendan casi de forma matemática la verdadera simbiosis que existe entre dos personas para que se transformen en entrañables amigos de por vida. Una fórmula química que entró en discusión y muchos tildaron de hipócrita. Los más escépticos a considerar a la amistad como un resultado aritmético, sacaron a relucir las banderas del sentimentalismo adquirido y eterna comprensión consciente que suelen tener las personas que se adoran y estrechan los lazos en una pronunciada amistad.

Los fervientes científicos; fríos y calculadores como siempre, buscaron adueñarse de la teoría para entablarla como el descubrimiento más importante de toda la humanidad. La explicación que la mujer daba en su trabajo, tenía las bases para dar cuenta de tamaño análisis previo.

En el capítulo 4 decía de forma textual: “Las células madre distribuyen en el cuerpo una enorme cantidad de enzimas de clase peculiar. Ellas son las encargadas de diseminar en el cerebro un químico comprimido que arma el mapa clínico de la persona. Las neuronas se posicionan en el cerebro según lo determina el cálculo hecho previamente por aquellas enzimas; y el arte matemático da el resultado sincero. La compatibilización que tengan los seres humanos con la gente que los rodea es obra de este cálculo. Así, la amistad está predispuesta genéticamente y cada uno es amigo de tal o cual persona porque así estaba estipulado en el preciso instante de su nacimiento”.

La polémica estaba instalada. Crítica como siempre, la narración del libro construyó un semblante en la sociedad que cautivó a mucho público, pero que ganó infinidad de desplantes por parte de los puristas del lenguaje. Hoy sigue en boga esa teoría psicosocial. Rompió los moldes de un sistema básico infranqueable y las voces se multiplicaron para tratar de darle cause a algo que tal vez no tenga una única explicación.

Que la amistad se construya de forma eminentemente genética era algo que complicaba a las esferas tradicionales, y la ciencia a partir de ese relato comenzaba a ganar una nueva pulseada.

El cartel gigante que se dispuso frente al Congreso científico de aquel año en Berlín, fue la imagen que quedó impregnada en su cabeza. “Los amigos son la familia que se elige”, decía uno sobre la derecha. “La amistad, como el diluvio universal, es un fenómeno del que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto con sus ojos”, aclaraba otro sobre la izquierda de la escalinata. “Es parentesco sin sangre una amistad verdadera”, mostraban los folletos de algunos revoltosos anti amistad-genética.

Abrió los ojos y dio vuelta la página…

“Las de pavadas que hicimos el otro día. Yo creo que estás totalmente loca. ¿No te lo dije nunca? Valen la pena esas locuras. Además estás cosas nos fortalecen un montón. Creo que tengo que contarte algo importante, vos que siempre me escuchás, necesitás saberlo antes que nadie…”.

Nuevamente pestañó pronunciadamente y dejó fluir una interminable secuencia de imágenes. Las sonrisas se multiplicaban. Las carcajadas estaban a la orden del día. Las miradas cómplices se irradiaban a caudales. Los abrazos, un símbolo inexpugnable y determinante. La palabra; un simple complemento más que era traspasada por los sentimientos. Esos que no se explican literalmente. Esos golpes fuertes del imaginario que sucumben a la atareada realidad. Amistad, al fin y al cabo.

Abrió los ojos. Dio un vistazo al ambiente y respiró profundamente. Se sintió en otro lugar. El verde detrás era una constante. El celeste delante era el horizonte predilecto. Es en sí; el mejor lugar en el cual podía estar en ese momento.

Llegó a la última hoja y su cara de sorpresa acudió como un sigiloso gesto desprevenido. El mensaje era de su propio puño y letra pero nunca supo el por qué. Íntimamente lo intuía y el último párrafo se traducía infinitamente en su corazón y golpeaba fuerte en lo más profundo de su ser:

“Mi jardín perdió una flor… Mi cielo ganó una estrella”.

Cerró lentamente los ojos. La teoría se comenzó a desvanecer. Finalmente comprendió que la amistad no es cuestión de genética sino de una compatibilidad única e irrepetible. No es problema científico sino que es de carácter puramente sentimental. No es de trascendencia matemática sino que es eminentemente adquirido por una voz interna. Esa que te dice en un grito categórico que los amigos uno los elige porque son especiales. Entendió que no hay sangre ni enzimas; ni cualquier funcionamiento orgánico que determine el resultado de una amistad.

Es el simple impulso de la vida que lo termina construyendo. Una magia que pocos conocen pero todos dan por hecho.

Ella lo supo en ese instante… pero no caben dudas de una cosa. Lo intuía…

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