jueves, 23 de diciembre de 2010

Bailando por un sueño

“¡Mando todo a la mierda, viejo! Ustedes hacen y deshacen a su antojo. Se dedican a menospreciar el talento y la sapiencia. La negligencia con la que manejan los hilos de este sistema me repugna. Son unos hijos de puta que se creen mandamases y se mandan las cagadas más grandes que puede haber. Así, yo prefiero irme. Y punto”.
Se irritó y no volvió en sí hasta un rato después, ante la mirada perdida de un José María que se maravillaba con el número. De reojo, Marcelo, detrás de cámara, aplaudía. Los números cerraban. El rating subía y Domingo lo sabía. La tarde era un show que apenas comenzaba.

Sarmiento es un tipo templado, carismático y parsimonioso, que responde con una mano en el corazón cada vez que le tocan el orgullo. Se evade de sus responsabilidades señoriales frente a la estructura fría que lo sostiene. Rompe los moldes de sus análisis para decretar con sus palabras lo que ve a lo lejos, hace tiempo. Y así sentencia: “este sistema no da para más. O cambiamos de rumbo, o este rumbo nos apabulla en segundos”. Pero los segundos corrían y la gente miraba. El tiempo volaba y el público se fascinaba.

El baile no fue el mejor anoche. Lerdo de movimientos y con una dificultad evidente para desplegar su figura a lo largo de la pista, Martín había preferido ir a lo fácil. Y para eso debía reproches al jurado. Y eso hizo.

La televisión en pleno “prime time” sacudió de buenas a primeras una andanada de frases fuertes para la realidad pero suaves para los televidentes. Es que Martín no se anda con vueltas. Sacrificado y sumo independiente, el gaucho sacó a relucir su verba y espetó ante un jurado atónito:

“Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno. Siempre me tuve por gueno y si me quieren probar, salgan otros a cantar y veremos quién es menos” .
Amenazante y sagaz, sus broncas pudieron más. El fue siempre perspicaz y en sus palabras pide revancha, pues su furia se devela en forma de avalancha.
Y puso en el tintero algo que ni Marcelo entendía. El dueño del circo proponía, pero sus monos bailaban al son de su propia melodía. Descarriado como pocas veces, Martín trajo a colación un pasado remoto que nadie podía cambiar, ni siquiera con el más universal de los controles remoto.

Con la fineza de su prosa, el gaucho, guitarra en mano, le dio con un fierro a un jurado asombrado.

Así volvió al ruedo en rodeo ajeno: “Y sepan cuantos escuchan de mis penas el relato, que nunca peleo ni mato sino por necesidá, y que a tanta alversidá sólo me arrojó el maltrato. Tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y mujer, pero empecé a padecer, me echaron a la frontera, ¡y qué iba a hallar al volver! Tan solo hallé la tapera” .

“Sosegao vivía en mi rancho, como el pájaro en su nido, allí mis hijos quridosa iban creciendo a mi lao… solo queda al desgracio lamentar el bien perdido”.

Esa noche no fue cualquier noche. Fierro salió a cazar al vuelo, lo que la hipocresía hacía con los jueces de turno. Lo que el sistema había hecho con él, que lo deglutió en 15 minutos y su fama se esfumó rápidamente. El gaucho mostró su inconformismo con los arreglos, las transas y las desventuras que le hacen padecer por un punto más de rating. Sí, el sistema lo devora de a poco. Y la figura de Sarmiento fue la que tomó relevancia. Contra él despotricó. Frente a él embistió sabiendo que no lo quería en el show. Entendiendo que para Domingo, Fierro era alguien que no merecía el lugar que se le estaba brindando. Así, golpearon fuerte sus palabras.

La tarde siguiente no fue cualquier tarde. Sarmiento salió a desmentir y justificar. Entendió que su reputación pendía de un hilo y ante las cámaras testificó sus ideales. La acérrima perversión es algo con lo cual no comulga y por eso remarcó su inocencia en un tiempo en el que el espectáculo es la ley primera.

Y tiene unión verdadera en cualquier tiempo que sea con el dinero y la arrogancia. Y allí apuntó sus cañones el viejo Domingo, para que Alberdi escuche, minutos antes de que éste saliera al aire en otro programa.

Domingo miró fijo a José María. Tomó el micrófono y arremetió contra su juez compañero en el programa nocturno. En la tele todo se arregla así:
“No puede ser que usted querido Alberdi, tan Alberdi como siempre, genere discordia donde no lo hay. A usted lo único que le interesa es la plata. Lo principal para usted es el beneficio personal. Si usted tiene algo de dignidad debería retirarse con honor y escapar de esta nefasta situación en la que nos metió a todos. ¡Y así lo hizo Alberdi! Usted es un cobarde que no se anima a pelear. Que lanza la piedra y esconde la mano. Que en tiempos difíciles, cuando sabe que la pérdida es evidente, no le pone el pecho a las balas como yo, sino que huye. ¡Digno de un abogado corrupto y mentiroso como usted y muchos que manejan los hilos de este sistema!”.

La cara de Denise lo decía todo. No entendía nada. Ella fue para reírse de una discusión banal. Pero no fue así. Sarmiento fue por más. Dejó de lado las críticas hacia su persona por machista insensible y manipulador. Fue más allá y se metió con el sistema. La política, de para males descubierta por el sanjuanino.

La discordia continuó y lo que un espectáculo parecía, se transformó en resquemor de personalidades. Lo que era un programa de televisión pasó a ser un duelo personal con los rayos catódicos de por medio. Pero cuando los temas políticos se metían de cuajo en el espectáculo, la cámara se apagó.

Misma hora, distinto canal: Juan Bautista apareció y contó sus chimentos del día. Sarmiento era el objetivo. Y dijo algo irreprochable que si pasamos revista, está de moda por estos días:

“¡A usted le falta inteligencia Sarmiento! No sabe manejarse como debe, señor. Entienda que la rapidez de las tecnologías, la velocidad de la información y la manipulación de las opiniones están a la orden del día y si usted no conoce este manejo, ¡será mejor que se vaya y no vuelva!”, apuntó.

Pero no quedó ahí: “hay momentos para decir las cosas. La franqueza y la conciencia limpia no existen hoy día. Si usted pretende ser una estrella y mostrarse como cree conveniente, está perdido, pues no tiene ni las agallas ni los conocimientos para llevar a cabo su ideal. Pretende erradicar la pobreza porque la considera mala consejera y sin embargo se prostituye en este tipo de programas al que le dan de comer esa misma gente. ¡Sea coherente Sarmiento! ¡La ignorancia que muestra es tal de un anacrónico que no sabe que ahora no se puede estar bien con Dios y con el Diablo! Decida. Defina. Sea responsable de sus actos y diga con todas las letras que usted está a favor de esas empresas que traen miserias y deudas a estos lugares. ¡Y de eso estamos hechos por su culpa Sarmiento! Usted es un hipócrita que prefirió el modelo norteamericano y hoy la publicidad nos come las entrañas, el espectáculo nos sofoca y el comercio nos corrompe. Decida. Elija, ¡pero sea coherente!”.

El Intruso Jorge y el aventurado Luis, lo observaban incrédulos. No podían creer lo bajo que cayó la política. No comprendían lo deplorable del espectáculo televisivo. Se les iluminó las caras y se les hizo agua la boca. Se apagó la cámara.
Para que los secuaces imploren. Para que los periodistas inventen. Para que los reaccionarios de opongan. Así de encendida estaba la televisión. Y ese anochecer en pleno estudio mayor, todo estaba listo para el duelo final. El epílogo de un día de furia.

“Buenas nocheeeessss Améeeericaaa”, gritó a viva voz Marcelo. Sarmiento lo observó de arriba abajo y gesticuló el desprecio por sus palabras. Pensativo y analítico con las expresiones de los demás, siempre espera algo más. “Si acaso dijera Buenassss nocheeeesss Euroooopaaaaaa” , pensó, estirando en su conciencia las vocales más de la cuenta.

El programa empezó y mientras el conductor se deleitaba con la figura de las participantes, el duelo estaba a punto de comenzar. ¿Quién debía ser salvado por la gente? ¿Cuáles ibas a ser los puntajes secretos que iban a determinar la suerte de estos contrincantes?

Martín Fierro se parapetaba con su china tras bambalinas. Quería hacerse notar. Pretendía mostrar las habilidades que supo conseguir en años de experiencia por las llanuras de sus tierras. Entendía que necesitaba llevar a Capital Federal, algo que no conocían. Con sus acciones debía monopolizar la escena para sacar el mayor beneficio. Bueno… sí conocían.

Macedonio esperaba a lo lejos. Se dedicaba a observar la Luna en el canal del Sol. Se imaginaba el panorama que visualizó en el sueño de la madrugada anterior. Su realidad se basaba en pura fantasía externalizada. Se sacudía y tenía espasmos. Tenía frio y el calor lo carcomía por dentro. Estaba a punto de explotar. El baile era lo suyo. Pero un traspié lo llevó al choque por saber si seguía o no seguía en el programa.

Antes de ingresar al estudio mayor, se concentró, cerró los ojos y extendió sus conocimientos. Asociación libre de ideas, planificó sus pasos a seguir. Las estrellas lo esperaban. La iluminación le llegaba como un aura a sus pies para danzar el mejor cuarteto de su vida.

Previamente Marcelo dio prólogo con los trámites pertinentes. Y así resolvió: “Si querés que se quede Martín Fierro en el programa, mandá GAUCHO al 2020. Si preferís que continúe Macedonio Fernández envía UNIVERSO al 2020”.

En el verso único de esa frase, el conductor puso en tela de juicio el baile. El jurado practicaba el silencio como don. Entre Sarmiento y Alberdi se intuía un conflicto. Lo que había pasado la tarde precedente no era para menos.

Luego se vio, gracias a la lectura de labios, lo que hablaban estos dos:

Sarmiento: -“¡Las va a pagar señor! Una por una todas las fechorías que anda tramando a espaldas mías. ¡Es un insensible; debería darle vergüenza! Está escondiendo sus intereses. Está siendo utilizado. ¡Lo manipulan y no se da cuenta! Dice ser parte de un proyecto pero se da vuelta como una media. Expresa su conformismo con una idea pero la vota por intereses personales. Poco le importa encontrar una solución a los problemas. ¡Usted me repugna!” .

Alberdi: -“¡Desdiga insolente! Usted monopoliza la palabra. Usted se opone por oponer nomás. Usted no sabe retractarse cuando la realidad le demuestra lo contrario. Usted utiliza a su antojo lo que se dice e impone su idea a la fuerza, ¡como siempre lo hizo! Sea honesto y dé pruebas de sus herramientas para hacer creer lo increíble. Armó una estructura a cuestas y hoy se pone en un lugar que lo define como persona. Usted es un opositor de causas perdidas. Y la causa de los males que generó está a la vista. Sea conciso Sarmiento y arrepiéntase antes de que sea tarde porque va a chocar contra una pared y ¡no va a poder recuperarse nunca!”.

Sarmiento: “¡Usted es un enfermo de poder! Este sistema de mierda del que forma parte y nos corrompe. Nos dice cómo son las cosas y en realidad ocurre todo lo contrario. Usted sólo quiere expropiar mis ideales. Los quiere utilizar a gusto. Lo suyo es un papel deleznable que ni la prensa podría argüirse. Es patético. En 6,7 u ocho oportunidades le retruqué que sus funciones acá están para hacerme ver mal. Para contradecirme y ganar a cuestas mías. Es un bochorno que personas como usted manejen los hilos de este jurado y se vanaglorien de ser por una causa noble. Usted es un fabricante de mentiras y considera a la gente como niños de colegio que ríen de felicidad por sus buenas acciones en vez de llorar por su negligencia. Es algo sui géneris en personas de su clase. Ya estoy acostumbrado a tratar con individuos como usted, arrogantes, soberbios y pendencieros que imponen la palabra a golpes de escritorio y repiten a viva voz que ¡acá no se vota, como si fuesen los dueños de la verdad!”.

Alberdi: “Realmente no sé porqué lo escucho. Es despreciable lo que hace. Es insensato hasta para usted mismo. Los intereses lo corrompen. ¡Es perjudicial todo esto Sarmiento! Los números son ciertos. No mienten. Las estadísticas son claras, no se ocultan. Los patrimonios no se oscurecen, se exponen. La palabra no se impone, se consensua. ¡Y usted hace todo lo contrario! La salud de este sistema está en su mejor momento. Y perdone que lo sofoque con mis datos pero nunca se estuvo tan cerca de la realidad como ahora. Libertad de expresión Sarmiento, de eso se trata. De decir lo que tenga que decir pero sin mentir. De opinar sin menospreciar a los demás. Y usted es protagonista de un papelón que ni la prensa sabe apreciar. ¡Lo suyo es una barbarie! ¡Sea civilizado y aplíquese a las leyes Sarmiento!”.

La charla sigue. La discusión se mantiene, pero los participantes ya están en escena. El baile es lo más importante en estos momentos. Fierro sacó a relucir sus dotes actorales, el baile en su sangre a golpeteo en las cuerdas de su guitarra. Y entre pasos y más pasos, sus botas corren al compás de la viguela.

“¡Diez, diez, diez!”, alienta el público desaforado como si estuviese en plena pulpería contando los movimientos de una faca en pleno duelo gauchesco.

Turno de Macedonio. Gambeteador ilusorio y vocación contemplativa, lo único interesante para él radica en el desciframiento del misterio filosófico del universo. Al sonido de su clarín en mano, no reprime sus pensamientos. Y remite en su mente a las palabras que un amigo le aclaró hace no mucho tiempo:

“El sistema que programa la computadora, que alarma al banquero, que alera al embajador, que cena con el general, que emplaza al presidente, que intima al ministro, que amenaza al director general, que humilla al gerente, que grita al jefe, que prepotea al empleado, que desprecia al obrero, que maltrata a la mujer, que golpea al hijo, que patea al perro”. Realiza circunloquios. Embelesa con sus palabras y deleita con su sapiencia, pero la gente no lo entiende. Lo desestima. Lo aborrece. Está para otra cosa. Destruye con sus ideas a un sistema que él considera extraño y malintencionado. Sucumbe ante los estigmas que debe soportar. Irrestricto y perspicaz, descree del pensamiento establecido y entonces se abandona a su suerte.
Se abraza a Fierro. Se entienden con una sola mirada. Saben que alguno se va y el otro se queda dentro. Ambos prefieren irse. Lloran como gaucho y poeta en pleno éxtasis literario, donde las payadas se hacen y deshacen. Conforman su identidad. Entienden que están en la misma situación. Que lo que ocurre afuera poco importa. Que lo que sobra es actitud y lo que falta es buenas intenciones. El espectáculo todo lo puede. Y una pausa es lo que sigue.

En el escenario, con las luces bajas, otra vez las charlas. Ahora Fierro y Macedonio toman la posta:

Fierro: -“Si uno aguanta es gaucho bruto; si no aguanta es gaucho malo. ¡Dele azote, dele palo porque es lo que él necesita! De todo el que nació gaucho ésta es la suerte maldita. Vamos suerte, vamos juntos, dende que juntos nacimos, y ya que juntos vivimos sin podernos dividir, yo abriré con mi cuchillo el camino pa seguir”.

Macedonio: -“Fulgurante. Arropado en las sábanas de una catrera sediciosa al que todo lo apunta. La realidad cae en la cuenta de su desdicha. Simula presumida su función persuasiva. Fisgonea a su alrededor. Pispea de un lado a otro. Sentencia y sucumbe. La ficción sacraliza. Fomenta un don irreprochable, carente de sentido de la mano de su irresponsable sinsentido. Arremete y cuestiona. Promueve y calla. Dice con poco lo que la realidad le argumenta impiadosa. Lucha inmensa y consciente de su inconsciencia. Vade retro, evade con sigilosa marcha, las precauciones de lo real. Verdadero y primero sacude la pantalla. Independencia de su accionar, todo va como se planea. La mentira poca cosa tiene que aportar pero dice y desdice con su parsimonioso movimiento dubitativo. Realiza el crimen”.

Fierro: -“Perdone usted señor poeta pero no entiendo cual es su meta. Me distraigo un segundo en esta charla y me extraño de buenas a primeras con su prodigiosa parla. La información es despreciable y que la realidad es una mentira, es innegable. Me desprestigiaron aquellos jurados agretas. Fue todo un simulacro a partir de sus formidables tretas. Y hoy estamos solos y sin identidad, mostrando nuestro desprestigio con esta eterna paridad. ¡Vamos Macedonio con una nueva composición, enciéndase con la llama de esta inmensa revolución!”.

Macedonio: -“El remordimiento cae en su ayuda con el don de su significado dentro suyo. Muerde la mentira. La descree. Le quita el crédito permitido. Se permite ir más allá. Y allá va. La ficción se desentiende. Tiene su espacio. Planea seguir en su camino. No se inmiscuye hasta que la tientan. Se posiciona donde supone conveniente. Sabe largo rato de estos pormenores. Intuye lo que hace falta. Va y se cruza con la realidad. Ojos ciegos delante, latente es su entusiasmo. Figura y dicta. Repite y sermonea. Sofisticado mecanismo que eficazmente hace uso de la eficacia”.

Fierro: -“La sucursal de la economía es un mercado único. La hegemonía de este sistema fomenta sin razón el tan mentado pánico. Este país está hambriento de glorias y penas. Los hombres que circundan raudamente por este territorio lloran sus desgracias ajenas. La educación es un bien funcional. Un pilar arrogante cual emblema nacional. Y el aprendizaje está en la historia. Aquella que destierra a sus protagonistas con suma histeria. Viva la identidad, manténgase el buen humor, todo parapetado al sonido de este interno calor. El periodismo es la mafia que mancha con tinta el desquicio. Es el arma de doble filo que juega a dos puntas en este eterno bullicio. La política corre de atrás con los ojos en reversa, cayendo en el fondo de nuestra conciencia cada vez que un candidato versa. Esto no da para más si pervertimos la infancia de este país con la ignorancia y el desentendimiento como matiz”.

Macedonio: -“Económicamente viable, pone bajo el muro aprisionada a una ética desinteresada. Fabrica barrotes de acero inoxidable para una moral que se deshace y oxida por dentro. Rompe reglas. Saca a relucir con la estirpe de su sapiencia, lo que oculta. Hay que ir a cubrir. Esa es la regla de oro. Cobertura sobre los hechos. Hechos a imagen y semejanza del mal menor. Se cae en la cuenta de lo que lo que cuenta no va de la mano de la realidad. Ficción mentirosa y arrogante que desenmascara lo que enmascara por detrás. Hace fácil lo difícil con un simple crujir del teclado. Remordimiento no hay. No hay tiempo para eso. Esa palabra no está en este diccionario. Ya es sabido, no es noticia”.

Se prendió la cámara.

Marcelo continuó con el curso habitual del programa. Utilización femenina a cuestas, entre el desasosiego y el vil mercantilismo que los fríos números padecen. Aplaude Sarmiento, fisgonea Alberdi y entre los dos se quedan pasmados al ver esas curvas. Vuelta y más vuelta pide Marcelo, pero Fierro se envalentona frente al manejo discrecional que hacen de su china. Por su parte Macedonio vuela. Siente que no lo dejan ser, como a esa mujer que entre tanto ir y volver la hacen padecer el juego terrible de la seducción per se.

“¡Hasta qué punto llegó esto! Ahora las utilizan en público. La magia de la civilización, todo lo puede”, comentó Sarmiento a un colaborador que tenía al lado.
La votación está a punto de hacerse valer, pero los conflictos nunca dejaron de florecer. Alberdí le dio los sobres al conductor. Ya tenía determinado cual iba a ser el ganador. Cual escribano ejemplar, entendía el procedimiento de cómo debía jugar. Tardó una enormidad, ante la ansiedad de los participantes; “la base está”, dijo a viva voz, haciéndole un guiño a los auspiciantes.

Perplejo frente a la encerrona, Sarmiento se abstrajo, sin conocer por qué eso emociona. La mujer usada; el espectáculo en andanza y la política al lado, protagonista de esta cruel matanza.

Fierro desposeído. Macedonio anonadado. Y Marcelo encendido poniéndole a la razón un seguro candado.

Ganó Fernández. Martín se tuvo que ir, como si a la frontera tuviese que partir. Domingo orgullo sentía, si hasta mandó mensaje por celular; era evidente que a Fierro, él lo quería sacar. Alberdí estaba por encima de este programa sentido, que todo el mundo ve; por el baile lo ve la mujer y por las minas lo ve el marido.
2010, año del bicentenario. Bombo, chori y Coca pasad, que no es lo mismo que decir, dame libertad, fraternidad e igualdá.

La gente en las calles celebra. El público en las veredas aplaude. Sin entender a lo lejos, que todo era un gran fraude.

Se cierra el programa. Sarmiento se abraza a Alberdi. Fierro se ríe con Marcelo, y Macedonio como siempre enorgullecido por ser el único poeta divino que consigo mismo se estrecha la mano.

Fin de una historia donde la mentira, la verdad, la creencia y la ideología, poco tienen que ver. 2010 no es lo mismo que hace doscientos años. Pero como ayer, los hilos de la verdad se tejen con poder. Ya lo supo Sarmiento. Ya lo entendió Fierro. Ya lo intuyó Macedonio e incluso lo aclaró Alberdi. Es todo un arreglo entre buenos, malos, gauchos y sabandijas. Es todo una payada completa que cuenta que allá a lo lejos había otra historia, pero esa ya es otra historia.

Los protagonistas de ésta son ellos. Y como conocedores de la realidad, se las arreglaron para bailar.

Opinen lo que opinen, ya todo lo sabían. Fueron actores de reparto. Ganaron a su público y esperarán notas en la televisión, pues de estatuas en plazas públicas ya están hartos.

Macedonio, Sarmiento, Alberdi y Fierro. “Que increíble este país no cambia más”, remarcaron todos juntos al brindar. Si fuesen a Estados Unidos un Oscar se llevarían. Pero es Argentina y por si no sabían, acá la historia los utilizaría.
Fantasía o realidad, a esta historia le da igual…

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