viernes, 22 de octubre de 2010

Jugar con fuego que no quema

A decir verdad de la verdad, la mentira es buena guía, y sus métodos son eximias herramientas para poner en consideración la realidad de los hechos. Rodolfo Walsh, exégeta de la sociedad, simula sus pormenores con finas capas de ficción, sometidas al valorizado velo de la ciencia exacta de las investigaciones.

Poner en consideración datos y más datos, irrestrictos y sofisticados, es una mera formulación de cómo manipular. Situarse en el lugar de los hechos como si fuese el más fiel de los protagonistas, es un semblante consignado para hacer valer lo que en la ficción, por más falso que sea, puede afirmarse como verdad.

Simulacro de una actuación fervientemente periodística, capaz de encontrar la verdad en el pelo del huevo y la leche. Excelente administrador de las estadísticas fehacientes para hallar la quinta pata del gato, Walsh articula su operación informativa entre vaivenes de realismo y mentira.

La única verdad es la realidad, demuestra Aristóteles. La verdad se construye, marcan estos y todos los tiempos, sea antiguo, presente o futuro. Y así de manipulador puede ser su constructor, al punto de sostener paradigmas para los cuales muchos infieren verdad y rescatan las maravillas de una investigación a rajatabla, pero que en su interior radica el aroma de una suculenta falsedad a cuestas.

La conformación de una verdad a medias, media entre lo inenarrable y lo ficcional. La aparición de un tal “Marcelo” entre las líneas de Operación Masacre, le dan al autor una tenaza capaz de sacar a la luz los atiborrados desórdenes que no sabe encausar más que como una mentira, por sus patas cortas.

Aritmética pura, Rodolfo muestra las fauces de su dialéctica y le dedica horas a una cuestión política en la cual se inmiscuye desde un antepenúltimo momento, pues desde el vamos, lejos de las esferas discursivas, se dedicaba a la parsimonia de una partida de ajedrez, mechado con el letrado fabuloso de las fábulas policiales.

Hasta que los policiales lo zambulleron en la más cruda realidad. Una sección del diario, hace las veces de panfleto y el autor de tamaña investigación encuentra los detalles en los cuales atribuirse la realidad de tamaña ficción.

“La conciencia es su musa- dice Osvaldo Bayer en el prólogo del libro-. Su conciencia lo seguía a todas partes. La sangre que circulaba por sus venas no lo dejaba tranquilo con los productos que le depositaba en el cerebro. La inspiración de Walsh siempre vino de las contrapartidas, porque sospechó de la miopía que crece en la rutina de los claustros. Por eso Walsh se le escapa a los críticos establecidos que no lo pueden encasillar. Lo califican de periodista para enviarlo al depósito de mercaderías varias. Walsh habría aceptado gustoso la definición de autor de novelas policiales para pobres” .

Párvulo de sus palabras, el escritor hace mella en la razón de ser que lo incentiva a mostrar la verdad como mandamás. Efectividad sustanciada, la credibilidad como arma que a doble filo clava sus miradas sobre aquellos que les creen. La conciencia audaz y la ética como estandarte, sus pilares fundamentales que cayeron en la cuenta de transformarlo en estatuto del periodista ideal, fomentado por la objetividad de su observación subjetiva, fiel a sus principios en los medios con finales claros a desarrollar.

Walsh pecó de farsante contra su voluntad. O no tanto. Instigó a descreérsele. Y no tan así. Arguyó que lo que decía tenía tintes poco claros y menos evidentes que el común denominador de las investigaciones y dijo y desdijo a la política. La puso contra la pared e hizo política con ella. Financió su pluma sin vender su alma y así la conciencia lo sustrajo a lo más mínimo para mostrar de una buena vez por todas que la verdad es la mentira.

Cuales quieran que sean los hechos contados; desarrollarlos con la firmeza de la escritura lo adorna para que sus manivelas estén conectadas entre sí. Sea cual fuese la estricta conclusión de los detalles acaecidos, armarlos con la sutileza de la prosa enarbola para que sus artilugios estén concatenados a la par. Así de fácil y así de complejo es el sistema para dar su parecer sobre la realidad.

Una realidad capaz de construirse y que con las herramientas a la mano, Walsh logró transformar un crimen en una novela, y un interrogante en una solución en formato de libro. La denuncia como fiel puntapié inicial, levantó la bandera de la ética y así dio al personaje más popularidad que sus personajes. El biógrafo más importante que lo biografiado, cual Sarmiento del siglo XX, ponerse en ese lugar de las acciones pero sin siquiera tocarlas, permitió darle al lector el identikit que considere pertinente.

Así armó y desarmó a mansalva. “Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana” , afirmó el autor dando detalles de su excursión en la sentencia que dio vida a Operación Masacre.

Rompiendo los moldes de lo que alguna vez fue la objetividad subjetivizada, el personaje es partícipe de lo que le ocurre al lector cuando ojea lo que le tiene para decir. Rumiante sensación entre pasmados por los hechos, catapultados a la desvergüenza por parte de la dirigencia y anonadados por la ficción llamativa de esa realidad que lo circunda, el lector pone en voz de Walsh lo que siente que ocurre. Y lo que ocurre, queda cerca del que lee a Walsh.

Presente en el lugar le da realismo a lo que se cuenta y su escritor. Ausente en el lugar, le da la sensación de verosimilitud al que lo lee. Entre un punto y el otro, la distancia de la verdad y la mentira es arbitraria, simple y finalmente consciente de sus posibles fallos a favor o en contra de la realidad. Con ese juego se deleita Walsh para decir lo que todos suponemos que existe.

“Rodolfo Walsh no existe, es sólo un personaje de ficción. El mejor personaje de la literatura argentina. Apenas un detective de una novela policial para pobres. Que no va a morir nunca” , remarcó Bayer. Simple y eterno, se metió con la política y jamás salió. Entró por la ventana y salió por la puerta grande a golpeteo de botas zumbando sus oídos. Y en el medio de un vida de ficción, su verdad; aquella que puede ser verdad, pero que quizás sea mentira.

Y después de todo aquello, su falsa moral, aquella que puede ser verdadera, pero que puede que no. Una operación difícil de analizar.

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