miércoles, 11 de agosto de 2010

Periodismo

La realidad cae en la cuenta de su desdicha. Simula presumida su función persuasiva. Fisgonea a su alrededor. Pispea de un lado a otra. Sentencia y sucumbe.

La ficción sacraliza. Fomenta un don irreprochable, carente de sentido de la mano de su irresponsable sinsentido. Arremete y cuestiona. Promueve y calla. Dice con poco lo que la realidad argumenta impiadosa.

Lucha inmensa y consciente de su inconsciencia. Vade retro, evade con sigilosa marcha las precauciones de lo real. Verdadero y primero, sacude la pantalla. Independencia de su accionar, todo va como se planea.

La mentira poca cosa tiene que aportar pero dice y desdice con su parsimonioso movimiento dubitativo. Realiza el crimen.

El remordimiento cae en su ayuda con el don de su significado dentro suyo. Muerde la mentira. La descree. Le quita el crédito permitido. Se permite ir más allá. Y allá va.

La ficción se desentiende. Tiene su espacio. Planea seguir en su camino. No se inmiscuye hasta que la tientan. Se posiciona donde supone conveniente. Sabe largo rato de estos pormenores. Intuye lo que hace falta. Va y se cruza con la realidad.

Ojos ciegos delante, latente es su entusiasmo. Figura y dicta. Repite y sermonea. Sofisticado mecanismo que eficazmente hace uso de la eficacia.

Económicamente viable, pone bajo el muro aprisionada a una ética desinteresada. Fabrica barrotes de acero inoxidable para una moral que se deshace y oxida por dentro. Rompe reglas. Saca a relucir con la estirpe de su sapiencia, lo que oculta.

Hay que ir a cubrir. Esa es la regla de oro. Cobertura sobre los hechos. Hechos a imagen y semejanza del mal menor.

Se cae en la cuenta de lo que lo que cuenta no va de la mano de la realidad. Ficción mentirosa y arrogante que desenmascara lo que enmascara por detrás. Hace fácil lo difícil con un simple crujir del teclado.

Remordimiento no hay. No hay tiempo para eso. Esa palabra no está en este diccionario. Ya es sabido, no es noticia.

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