miércoles, 8 de junio de 2011

Para el pueblo lo que es del pueblo

“La idea es que se hable de esa materia y analizarla minuciosamente para sacar estadísticas específicas. Obtener un número aproximado entre los alumnos de sus gustos y disgustos. La revista está dirigida a ellos y debemos tener en cuenta al lector/espectador”. Con esas palabras decoró el editor de la revista lo que pretendía en estas líneas. Pero como no me dejo llevar por las presiones de los tiempos editoriales y la soberbia con la que se manejan habitualmente esos tipos, que dedican su vida a desarmar las notas de forma proporcional al grado de desmoralización que impulsan en los escritores, prefiero cambiar el panorama.

Entonces, avispado lector, como buen estudiante, tome el texto como si fuese un trabajo práctico para la facultad y no como una lectura rápida que se digiere mientras espera el colectivo. Mirar con esos ojos es el objetivo. Que lo apruebe o no, no importa, pues usted es estudiante; no me paga, pero le propongo algo que no puede rechazar: dedíquese a ser profesor por un rato.

“Esa materia”, delicadamente expresada con nombre completo es Periodismo y literatura. Y su composición ya desde un principio inspira temor, como todos aquellos abogados y empresarios que acentúan con verborragia impresa su doble apellido. Podrá no tener los conocimientos necesarios; quizá hasta tenga el título en trámite, o incluso cuentas pendientes con la Justicia, pero ser defendido en un litigio por un tal Pérez Moreno o González Olizaga, da la sensación de ir ganando desde el vestuario.

Todo lo contrario cuando se está del otro lado. Así que enfrentarse con Periodismo y literatura es correr con desventaja. Oculta en el último año de la carrera, ella espera a los futuros periodistas en el salto final al título. Nada peor ¿Por qué?
El estudiante es ciclotímico, convulsionado, estoico y dubitativo a la vez. Es arrogante e insensible pero con una angustia constante. Es aventurero y osado pero con un semblante débil sobre su espalda. Llega a la Universidad con ese panorama a cuestas, que podría ser objeto de cualquier psicólogo atrevido en busca de una tesis para armar (ver “Yo, Freud, putéenme” –mi aguafuerte de la semana pasada).

El alumno revisa la grilla el primer día y encuentra la fatalidad en números. Saca cuentas: 30 materias en 5 años. A razón de 6 por año. A razón de 3 por cuatrimestre. A razón de 48 horas por mes. A razón de 12 horas por semana. A razón de 4 horas por día en cada cursada. “¡Para qué carajo sigo Periodismo si vine acá para evitar los números!”, exclama mientras realiza la deducción. Así de extraña actúa su mente.
Para colmo llegan los mitos de turno ni bien se cruza la puerta, y a las materias que generan terror, las palabras de los ex alumnos le avivan ese miedo. Entonces entra a correr la duda existencial (quizá por eso el primer claustro es el de Filosofía) entre quedarse o evitar el sufrimiento. Que este profesor es un “hijo de puta” (entrecomillo porque me van a considerar mal hablado); que aquel “no aprueba a nadie en los finales”; que “esa materia” tiene una ideología definida y van hacer lo posible porque piense de esa forma.

Y así comienzan el camino suponiendo personalidades espantosas y horas infinitas en el purgatorio dantesco. Sin verlo, el estudiante imagina al “hijo de puta” como Lord Voldemort, al cual hay que enfrentar con magia negra para derrotarlo, pues sólo como Harry Potter es posible pasar esa materia. Al señor “no aprueba a nadie en el final” lo intuye ensombrecido, con pocas palabras en su haber y la capacidad innata para poner 2 en la libreta. Y a “esa materia” como un vademécum ilustrado de cómo pensar, cual Gran Hermano Orwelliano en el que los libros fluyen de todos los costados repitiendo: Justicia social-Independencia económica-Soberanía política…

Hasta que se cruzan con los mitos vivientes. Quien aviso del “hijo de puta”, advirtió la maldad, pero al verlo de lejos, se ve un profesor que es idéntico a “Chespirito”. Ojo, no se confíe con sus preguntas porque no contará con su astucia y no le tendrá paciencia, pues tiene todos sus movimientos fríamente calculados para desaprobarlo.

Luego va al siguiente escollo de la comedia divina y se encuentra con la presentación esquematizada: “Soy abogado, periodista y psicólogo”. ¡A la mierda! Le faltó ser político y estamos completos. Lo ve y no hay forma de entrarle. Afable, carismático y sociable, tiene buena predisposición, pero el miedo apenas se ingresa a dar final es tal que el 2 con su firma es una estampa necesaria; un trofeo más en este camino. Otra vez será.

Y al fin llega “esa materia”. Con el estudiante insultando a Marx en alemán; a Rousseau en francés; a Adam Smith en inglés y a Aristóteles en griego, Periodismo y Literatura le da la oportunidad de volver a las raíces y deleitarse con un preciso “andate a la mierda” bien predispuesto a los autores de turno.
Porque “esa materia” no es un fino restaurante galo con biblioteca sutil a la carta; ni exótico manjar griego con mitología dionisiaca entre los postres; ni siquiera el fastfood de las revistas del espectáculo yanqui. “Esa materia” es una autentica parrilla argenta en la que el asador dispone a gusto de la deliciosa bibliografía local.

Para aquellos estudiantes hambrientos de lectura autóctona; sedientos de párrafos criollos y ávidos de autores made in Argentine, “esa materia” es un verdadero tenedor libre donde saciar la desesperante necesidad.

El problema radica en ser el último tramo. En estar al borde del título. En tener la mente cansada de editoriales y más editoriales.

La bendición de volver a insultar en castellano luego del martirio estudiantil de
horas de quemarse las pestañas es el mayor de los beneficios.

Repetir lecturas y avocarse a encontrar la propia ruta dentro de la contradicción que ya desde su nombre impone Periodismo y literatura es el mayor de los suplicios. Escribir esta aguafuerte suponiendo que es un trabajo práctico para la facultad en vez de una nota para que lea el editor de la revista es el mayor de los desafíos.

Me quedo tranquilo. Pensé en el espectador y que me apruebe está en sus manos. Para el pueblo lo que es del pueblo…

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