jueves, 17 de junio de 2010

Con sumo respeto

Con sumo respeto, el sistema se adueñó de la manivela que estimula al Sujeto. Irreprochable añoranza de un destino privilegiado, el mercado hizo eco de su poderío discursivo, y argumentó con sus artilugios para convencer a todos.

Señal de un estado aparente donde la apariencia es requerida con nombre y apellido, los medios de comunicación aportan su grano de arena para que este reloj en constante evolución se monte sobre un esquema que el hombre conoce como único e irrepetible.

En ese mundo signado por la publicidad, por la consumación del goce devenido del deseo y que sólo es capaz de corporizarse en objetos traídos de la mano del valor comercial, está sumergido el Sujeto.

La manifestación cultural se sometió al cambio y como un partido político que impulsa de buenas a primeras la exigencia de una transformación en el seno social, el zenit consumista enfocó sus fuerzas en pos de concientizar al hombre de su inconsciencia.

Darle las herramientas capaces de abstraerlo de los problemas que acarrea, a partir del vil juego del consumo desenfrenado, como si fuese una terapia psicológica, en la que la medicación eficiente está en la compra de aquel objeto de deseo. Solapada la necesidad, quitada la ansiedad, el mejoramiento del paciente es un hecho.

Por eso hay un objeto para cada necesidad. Por eso hay un material para todo deseo, que no se acaba nunca pero siempre encuentra los obstáculos pertinentes para hacerlo mermar.

Se repite una vez más que los medios de comunicación masiva son los artífices fundamentales para la conformación del sujeto posmoderno a partir de su estructura arquetípica, en donde embotan a la realidad que circunda al hombre.

Pues así se podría argumentar con un paralelismo básico, que ese sistema que tiene como objeto a la sociedad masificada, con la llegada en masa de las publicidades, de las arrogancias culturales consumistas y la cada vez más fuerte influencia de un “yo” individualista y consciente de su lugar en ese esquema, se asemejan a la estructura narrativa de cualquier novela televisiva.

El camino es sencillo. Desde Aristóteles para acá, el clásico desarrollo guionado de una historia contada para ser vista, consta de algunos pasos simples que no pueden dejar de poseer si quieren tener éxito.

La acción dramática empieza con la exposición de un problema, se genera una situación desestabilizadora que posiciona al espectador en un lugar repleto de expectativa con la aparición de un conflicto.

Ese problema se agrava, empeoran los personajes, las idas y vueltas son constantes y el espectador se involucra en la historia. En el punto de crisis que lleva de la mano la máxima tensión, se constituye el clímax, donde las expectativas se modifican. Luego la tensión se disuelve; todo vuelve a la calma y el equilibrio de la historia dramática encuentra su expresión final, dejando al espectador con la imagen en la cabeza.

Tres pasos: Desarrollo, problema con punto de máximo esplendor emocional en el clímax y luego el desenlace.

Estructura narrativa en andanza.

Lo mismo ocurre con las noticias de la realidad armada por los medios de comunicación. Lo mismo ocurre con todo desarrollo mediatizado donde la publicidad hace mella. Lo mismo ocurre con cada acción social, pues está en la conciencia intima de cada Sujeto. Le despierta sensaciones específicas que sólo se consiguen con aquel esquema y, como funciona en cualquier novela televisiva, también sucede con cada acción que se realice dentro y fuera de los medios.

Lo cierto es que la extrema articulación mediática hace que la cultura se mediatice, los Sujetos se mediaticen y nadie esté exento de lo que sucede allí.

¿Por qué incluso los informativos tienen esta forma tripartita de contar lo que pasa?

Porque no hay otra forma de expresar los acontecimientos que no sea en busca de atraer al espectador. Se cuenta con ese objetivo.

Y la expectativa generada ya supera a las novelas y los finales felices a los que nos tiene acostumbrado la factoría Disney. Hoy el espectáculo está en las noticias también. La acción dramática absorbió la profesión periodística y no se cuenta nada si no es espectacular. La forma de conseguirlo apunta: desarrollo, problema con clímax y desenlace. Dispara.

Don Hewitt, periodista norteamericano, que fundó las bases de este sistema, así lo expresa: “en vez de manejarnos con temas, nosotros contamos historias y organizamos las noticias como Hollywood organiza la ficción” .

Más importante que el posible escándalo que pueda producir la frase, es que el periodista de televisión, especialmente, al aceptar esta propuesta, no pierde de vista su compromiso con la supuesta verdad que abroquela en su discurso mediático. El talento no está en imaginar historias, sino en las decisiones que tome al momento de hacerse cargo de las informaciones y luego, de organizarlas. En ese instante estará desarrollando un proceso creativo semejante al del dramaturgo, sólo que los argumentos se los dará la realidad y él, nuevamente con el supuesto de que no los modificará.

Como la cultura se consumió a los segundos publicitarios y el espectáculo se globalizó con la acción dramática y argumentativa del comercio, desde las novelas de la realidad hasta las ficciones de los noticieros, todo se posicionó para que el Sujeto se sustrajera de sus responsabilidades de antaño y las modifique. Hoy son otras. Y los medios, siempre latentes.

En palabras de Gilles Lipovesky:

“La propensión a presentarse como comprador de novedades comerciales no tiene nada de espontaneo. Para el advenimiento del consumidor postmoderno, hizo falta arrancar a los individuos de las normas particularistas y locales, desculpabilizar el ansia de gastar, devaluar la moral del ahorro, depreciar las producciones domésticos. Hizo falta inculcar nuevos modos de vida, liquidando los hábitos sociales que se resistían al consumo comercial. El planeta del consumo de masas se construye eliminando comportamientos tradicionales, destruyendo las normas puritanas” .

El cambio es razonable. La garantía, irracional. La modificación es profunda. El trasfondo comercial hizo las paces con un Sujeto que lo vio sigiloso y hoy es el artífice de su personalidad. Para que eso ocurra, las manivelas mediáticas del espectáculo, están a la orden del día.

Vuelve Lipovesky:

“Ya no hay normas que se opongan frontalmente al despliegue de las necesidades monetizadas. Todas las inhibiciones retrógradas se han eliminado. Sólo quedan en la palestra la legitimidad consumista, las incitaciones al goce del instante, los himnos a la felicidad y a la conservación de uno mismo. El primer gran ciclo de racionalización y modernización del consumo ha terminado: ya no queda nada por abolir, todo el mundo ya está formado, educado, adaptado al consumo ilimitado” .

El armazón está intacto. La idealización es un hecho. La jerarquización se constituye como estandarte. Y mientras tanto, todo va, todo pasa y la cultura muta, se disuelve y vuelve a empezar.

La irrefrenable bola de nieve que rueda sin parar con los billetes tocando el suelo una y otra vez se direcciona en un solo punto fijo que el neoliberalismo reglamentó y los medios de comunicación solventaron de buenas a primeras, pues la consumación del Sujeto crujía en su interior la modificación de una manera de ver la realidad, muy distinta a lo que es hoy en día.

La globalización se expande a cada extremo del planeta. Las marcas publicitarias se erigen como las gurús de la cuestión, y mientras los platos rotos de las fallas del sistema las pagan abajo, arriba queda ese cúmulo de personalidades que manifiestan el poder a partir del discurso conformado.

Absorben en un abrir y cerrar de ojos las ansias de quienes no tienen otra cosa que darse el gusto con los gustos materiales; aplacar los deseos, deseosos de reprimirlos hasta que se anulen, pero evidenciando una imposibilidad evidente, pues el estilo de vida ya está implantado en esta sociedad de consumo desenfrenado.

Y los sujetos viven de eso. Y la construcción de su vida rige esos parámetros. Saben que los medios son los estímulos sectoriales de mayor concentración en esta sociedad y en ese flujo de hipercomunicación, los sujetos pretenden aparecer.

Paula Sibilia lo pone en palabras:

“La popularización de las tecnologías y medios digitales más diversos ayuda a concretar estos sueños de autoestilización. Subjetividades que se construyen frente a la pantalla. Las nuevas herramientas permiten registrar todo tipo de escenas de la vida privada con facilidad, rapidez y bajo costo, además de inaugurar nuevos géneros de expresión y canales de divulgación. Los blogs y las webcams son sólo algunas de estas nuevas estrategias para la autoestilización, así como los sitios de relaciones y los que permiten compartir videos. En todos resuena una noticia: ahora usted puede elegir el personaje que quiere ser, y puede encarnarlo libremente” .

Libertad de acción de un prisionero que da cuenta de su sentencia, pero se sostiene en una balanza donde la justicia divina la brindan los medios de comunicación.

“Si no me protege el empleado mayor, que proyecta todo el tiempo mi televisor… donde quiera que vaya, eveready estará” .

Puño y letra y la televisión sostiene. Imagen y semejanza y los medios invocan. Su mano invisible está en todos lados, discurso y comercio, allí estarán. La cultura, inevitablemente requerida de un nuevo formato digital, donde las nuevas tecnologías todo lo pueden.

Incluso cambiar el lenguaje, sustraerlo de sus bases y darle a los sujetos un nuevo prisma por donde mirarse, más expectantes de vivenciar aquello que quisieran ser.

El consumo es tan ligero que no sólo Mc Donald brinda la rapidez de su chatarra, sino que los medios con su basura, permiten la fugacidad de un estrellato que hace ver las luces de la fama pero las apaga en un abrir y cerrar de ojos. En esta sociedad donde el espectáculo es Dios; Dios salve a quien no pretenda aparecer, pues si eso no ocurre, no existe.

Sibilia expresa nuevamente:

“En esta cultura de las apariencias, del espectáculo y de la visibilidad, ya no parece haber motivos para zambullirse en busca de los sentidos abismales perdidos dentro de sí mismo. Por el contrario, tendencias exhibicionistas y performáticas alimentan la persecución de un efecto: el reconocimiento ante los ojos ajenos y sobre todo, el codiciado trofeo de ser visto. Cada vez más, hay que aparecer para ser. Porque todo lo que permanezca oculto, fuera del campo de la visibilidad -ya sea dentro de sí, encerrado en el hogar o en el interior del cuarto propio- corre el triste riesgo de no ser interceptado por ninguna mirada. Y, según las premisas básicas de la sociedad del espectáculo y la moral de la visibilidad, si nadie ve algo, es probable que ese algo no exista. El espectáculo se presenta como una enorme afirmación indiscutible, ya que sus medios son al mismo tiempo sus fines. Lo que aparece es bueno, y lo que es bueno, aparece. En ese monopolio de la apariencia, todo lo que quede del lado de afuera, simplemente no existe” .

El impulso del ensimismamiento es evidente y letal. El Yo de cada uno supera las expectativas de cualquier lugar donde pueda caber, y las dimensiones se sobreponen a los límites que la propia realidad le quisiera diseñar.

Aparecer en los medios es ley. Es prioridad. Es clave. Y para eso es necesario situarse en el espectáculo, es saber que el entretenimiento es el fino arte que permite el paso a esa divinidad. La sin razón comercial lo estipula, la publicidad lo avala y las grandes cadenas de comunicación lo remarcan. Empresa pura que purifica sus intereses en los intereses dañados de los sujetos, sólo exentos si son capaces de descifrar en el discurso mediático, la vil encerrona en la cual se encuentran.

“En las sociedades occidentales, por lo menos, el individuo se cree un mundo. Cree interpretar para sí mismo las informaciones que se le entregan. Esta individualización de los procedimientos es base en cada acción. Nunca las historias individuales han tenido que ver tan explícitamente con la historia colectiva, pero nunca tampoco los puntos de referencia de la identidad colectiva han sido tan fluctuantes. La producción individual de sentido es más necesaria que nunca” , dice Marc Augé.

Y la individualidad está extendida al máximo. Y el espectáculo de sí mismo nunca fue tan certero como el accionar del Sujeto posmoderno, establecido por el comercio, indagado por los medios, y librado al azar de sus deseos que lejos de una moral auténtica, aniquilaron una época para estampar una nueva, capaz de comprar todo con billetes, y donde la palabra adquiere un poder irreconocible, gracias a los fundamentos que propician los fundamentalistas que manejan los medios. Allí está el poder.

La razón del Sujeto está en entenderse a sí mismo para no ser sometido por ese discurso que lo consumió. Razón a la que la divinidad de la televisión poco lugar le brinda.

Razones de sobra para comprender la pureza de este convulsionado mundo actual, como que me llamo Immanuel Kant.

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