jueves, 6 de mayo de 2010

A imagen y semejanza

El perfil derecho es el que más me favorece. Lo noté con el tiempo. Entre las miles de fotografías que tengo en el placard y millones en la computadora, siempre destaco aquellas en las que mi rostro se inclina hacia la izquierda y luzco la belleza de mi cara. Eso es para entendidos, obvio; las estrellas en el firmamento somos así.

El tema es que la imagen no es todo en esta vida, aunque este tiempo ha notificado algo concreto: vivimos y nos desarrollamos en una vida desarrollada a partir de la imagen. Santo ícono que desempeña el trabajo minucioso de representar todo. La vista es el sentido por excelencia y le da sentido al mundo, alejando la importancia del resto de los aspectos sensoriales que el humano contiene.

Imagen y tecnología son una combinación letal para la reproducción simétrica. En la modernidad, esto se notó a diestra y siniestra. Walter Benjamin se refirió a este problema central de la cultura, con pleno auge en el siglo XX. Analizó los cambios producidos en la recepción de las imágenes a partir de la técnica y destacó que todo este entramado trajo aparejado “una nueva sensibilidad que es la del acercamiento” . Esa posibilidad se materializó en la fotografía y en el cine, pero hoy también podemos determinar que se extendió al resto de los medios de comunicación masiva. Así, se promueve un nuevo tipo de existencia de los objetos y de la relación con ellos.

El colega postuló un término que quedará en el recuerdo con un aura especial en la cultura actual. El “valor aurático es la manifestación irrepetible de una lejanía, por más cerca que pueda estar” y representa la formulación del valor cultural de una obra determinada en categoría de espacio y tiempo. Hoy, con la desaparición del aura, se produce un desplazamiento de la distancia cultural en los procesos de recepción.

Y es que Benajamin lo diría así:

“La reproductividad técnica emancipa a la obra artística de existencia parasitaria en un ritual. La obra reproducida se convierte, en medida siempre creciente, en reproducción de una obra artística dispuesta para ser reproducida” .

Traducido al idioma nuestro de cada día, lejos de los complicados filósofos: la capacidad de la tecnología para reproducir de forma masiva una representación de la imagen, hace que la serie reproducida sólo mantenga su valor en cuanto reproducción. Por lo cual, el elemento original pierde su mística y el sistema populariza aquello que sólo estaba establecido para el mantenimiento del original.

Obra y gracia de la técnica desarrollada en la modernidad y los ideales precursores de la ciencia en pos de un progreso ilimitado, la imagen se reproduce y la democratización cultural icónica abre sus puertas al mundo. Los medios de comunicación, ni lerdos ni perezosos, van a sacar una tajada favorable de todo esto. La influencia de la imagen es sustancial; sus consecuencia, visibles.

Por la misma época en que Benjamin analizaba el poder de la reproducción técnica; el cine estaba extendiéndose. Y un creador innato como Sergéi Eisenstein, sostuvo la siguiente idea a partir de la fortaleza de las imágenes.

“Fundándose en la reflexología pavloviana, (el cineasta ruso) suponía que cada estimulo entrañaba una respuesta calculable y por consiguiente, luego de un largo y complejo proceso, podría preverse y dominarse la reacción emocional e intelectual de un espectador ante una película dada. Una concepción mecánica que cayó en desgracia al entender que el espectador es influenciado por las imágenes, pero no tiene un carácter pasivo ante ellas, sino que demuestra una acción concreta que le permite discernirlas y apropiárselas” , aclara Jacques Aumount al hablar sobre la teoría del soviético y la importancia que fue adquiriendo la imagen en la sociedad.

No es tan lineal la secuencia. No es tan sencillo el entramado comunicativo de las imágenes y su percepción para determinar que serán absorbidas contundentemente por los sujetos. Ahí vuelve aparecer el tema de la publicidad que explicaba Matelart y la fortaleza de esos mecanismos para tocar el punto justo en el Sujeto.

“Es un núcleo central en la esfera pública. Sector privilegiado de la producción del acontecimiento técnico, es decir del que se crea a partir de artificios visuales o sonoros, provocando una brusca alteración que rompe la continuidad de la información y aviva la atención de las audiencias. La publicidad es también el laboratorio de vanguardia de la cultura de masas” , sentenciaba.

Vamos por partes.

Considero que si la imagen se reproduce infinitas veces, como se es capaz hoy mediante la tecnología, sus referentes pierden el estimulo consagratorio que los hacen únicos. A tal punto llega esta sistematización en serie, que el valor del origen se desvanece. Y entonces, ¿existe la realidad referencial?

Vuelvo hacerle caso a Galeano y deliro un poco en este mundo, como aclaré al principio, y me pregunto:

¿Cómo explicarle al Sujeto que la realidad ya no es referente y como diría Jean Baudrillard, todo se conforma a partir de la hiperrealidad?

¿Cómo encausar el pensamiento de un hombre al cual se le demuestra en todo momento que aquello a lo que siempre se hace referencia, no existe más que en la viva imagen de lo que supuestamente existe?

¿Cómo describir esto en simples palabras sin que se anulen en el tiempo y sirva para concientizar a todos, de los problemas que acarrea para el Sujeto tenerse a él como referente, si lo que lo rodea no es tal?

Es tarea de los filósofos eso. A mi juego me llamaron.

“Se ha producido un giro del dispositivo panóptico de vigilancia hacia un sistema de disuasión, donde está abolida la distinción entre lo pasivo y lo activo. Se acabó el imperativo de sumisión al modelo o la mirada. Usted es el modelo, usted es la mayoría. Tal es la vertiente de una socialización hiperrealista donde lo real se confunde con el modelo, como en la operación estadística, donde lo real se confunde con el médium. Usted es la información, usted es lo social, usted es la noticia y le concierte a usted tener la palabra” , aclama el francés.

La realidad se arma a imagen y semejanza de un status quo que pretende implementar el sistema, de la mano de los medios de comunicación masiva. Allí se introduce el Sujeto y encuentra el discurso consciente que llama al inconsciente. Por eso el sujeto posmoderno se ve a sí mismo como un todo y la nada a la vez. Es su referente y se anula en un mismo paso. Disfruta de la realidad que le abroquelan entre tanda y tanda mientras se posa en el centro de la escena. La sentencia podría ser letal y la comparto: la realidad no existe, es sólo simulación y vive en la imagen referente de algo que no existe, pues es simple signo abstracto.

Vuelvo a repetir lo que dije al principio. Reformulo y compruebo: el objeto de estudio constante de la cultura en esta posmodernidad es la centralidad del Sujeto. Los medios de comunicación, fieles exponentes de una agenda discursiva y la temática que circula en la sociedad, le da letra. Con la publicidad le da consumo. Con el zapping le da el poder. Con la realidad, lo somete.

La imagen se reproduce una y otra vez. Y una vez más, por las dudas. La realidad se hace de ellas y mientras veo desde el sillón aquello que me vienen diciendo desde que me levanté, yo conformo el engranaje social elemental de ese dispositivo que vive de las imágenes, pero que no sabemos si existen realmente. Pues la imagen es la imagen y su referente ya no sabemos si existe.

Permítanme dudar, pues la duda es la jactancia de los intelectuales.

Es fácil para los medios conformar la realidad para conformar al Sujeto. Y entonces desde que toma aquel café hasta que pone el despertador a la noche, la repetición instantánea del discurso televisivo da golpes de cincel a la psiquis del hombre. Pequeños martillazos, como diría algún colega más cercano en el tiempo. Mientras eso sucede, dormimos creyendo en nuestra centralidad.

Hace poco leí un artículo que expresaba en pocas palabras, algunos ítems que describo:

“Las nuevas formas de discriminación y segregación; el auge de los regionalismos; los lugares de hundimiento; la globalización y los efectos promovidos por los medios de comunicación calan hondo en la subjetividad del hombre actual. Son vicisitudes de un síntoma en el discurso capitalista” .

Voy a volver un poco a los cimientos de mi teoría para poner a consideración el párrafo anterior.

Rememoración racionalista, el sentimiento de un placer o de un disgusto, impide al Sujeto llegar a la reflexión. Por eso el imperativo conceptual sería: “actúa de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda valerse siempre como principio de una regla que sea para todos” . Repito: el universalismo es la ley; la ley se hace universal. Hay que dejar fuera a lo que no permita la reflexión. Y eso va para todos.

Eso se consigue de una manera específica, porque así como los sentidos siempre nos juegan una mala pasada, el Sujeto es más virtuoso cuando renuncia a sus inclinaciones sensibles particulares reflejadas en esos sentidos. Son patologías que es preferible evitar.

Anoten bien: la ley moral como principio de determinación de la voluntad y así evitar nuestras inclinaciones sensibles. Eso provoca dolor, que es la virtud mayor cuando se reniega del placer. Este está en la razón, si se quiere sintetizar.

Cuanto más se renuncia a las sensaciones, mayor es el virtuosismo del Sujeto. Pero el Sujeto posmoderno se vale de ellas, de la búsqueda del placer inmediato y la necesidad de sustanciar esos impulsos, pues la razón ya no cumple la función de gran relato que se vivía en una época anterior.

Sigmund Freud creyó corromper todo este esquema de un hondazo. Supone que de buenas a primeras puede lograr simplificar que esta estructura se caiga. ¡Qué inconsciente por Dios!

Según este tipo, la concreción de esos placeres en torno a la canalización del inconsciente mediante la objetivización de las pulsiones llevan a encausar al Sujeto. El hombre busca el goce instantáneo y su represión más que ayudarlo a ser virtuoso, lo perjudica. Gran cambio de un discurso al otro.

Y la cultura actual le está dando la razón. Paradojas le dicen.

¡Qué inconsciente fui!

En el discurso actual opera fundamentalmente el mercado, un tanto mundial, que busca uniformar los modos de gozar. Los productos de la tecnología que, para taponar la división del Sujeto, bombardean constantemente con una oferta saturada de bienes descartables. Y sí, los medios de comunicación vuelven a estar en el centro de la pantalla y la publicidad en la cima con su trono al mando. Consumismo y taponamiento de la causa del deseo por la invasión de productos del mercado, son el quí de la cuestión.

Jacques Lacan se anticipó y profetizó el presente: “procedimientos de homogeneización; desintegración del concepto de experiencia; desaparición de la memoria; declinación de la imagen paterna; planetarización de la mirada” .

No hay referentes. Hay imágenes distorsionadas. No hay noción de tiempo y espacio. Hay visión absoluta. No hay memoria, ni razón. Hay Sujeto y canalización del placer.

Entonces puedo compartir esta idea. La hiperrealidad de Buadrillard suplanta al realismo, y mágicamente las imágenes del televisor anulan la verdadera realidad. Pues quizás no exista. Ese es el problema de confiar en emociones que ahuyentan lo verdaderamente importante y la moral desaparece con los rayos catódicos.

En palabras del autor francés:

“Aquello que toda una sociedad busca al continuar produciendo y reproduciendo, es resucitar lo real que se le escapa. Por eso, tal producción material se convierte hoy en hiperreal. Retiene todos los rasgos y discursos de la producción tradicional, pero no es más que una metáfora. De este modo, los hiperrealistas fijan con un parecido alucinante una realidad de la que se ha esfumado todo el sentido y toda la profundidad y la energía de la representación. Así, el hiperrealismo de la simulación se traduce por doquier en el alucinante parecido de lo real consigo mismo” .

La imagen lo condiciona todo y la realidad que según Baudrillard es un desierto, se representa mediante esta simulación que lo hace lucir distinto. Se vive de puros síntomas y las condiciones de escape de esa realidad. Justamente, fiel reflejo del Sujeto actual al que los medios de comunicación vuelven a condicionar con la construcción del armazón de la realidad.

De allí la necesaria desconfianza. Lo esencial del descrédito. La fascinación por la duda. Y el pedido por la indagación de cada punto que posibilite su verificación. La razón, sin más palabras.

“Las comunicaciones masivas colocan imágenes en el lugar de los hechos y los relatos en el lugar de la verdad. Además, y precisamente porque son los mediadores de la experiencia, los medios son agentes de alienación. Excluyen toda experiencia real: la que consiste en estar presente cuando el evento ocurre. Se dice que nuestra civilización ha llegado en este sentido a tal punto que ya no se pude asistir a un espectáculo deportivo sin llevar una televisión portátil” , argumentan John Durham Peters y Eric Rothenbuhler.

Cierto y simple. Seré filósofo pero soy humano. Seré racional pero soy hincha de fútbol. Seré un fundamentalista de la moral, pero el “Granate” me puede. Y el gol del otro día en la cancha, pretendí volver a vivirlo, pero ahí cuando lo necesité, la repetición instantánea no estaba.

Fíjense hasta qué punto el Sujeto se posesionó con los medios. Fíjense hasta qué punto los medios se posesionaron del Sujeto.

Es evidente. La construcción de la realidad es un hecho y la realidad se esa construcción está hecha a imagen y semejanza de lo que pretenden los medios. Fiel reflejo de lo que pretende la sociedad. Auténtico patrón de lo que tienen en mente los sujetos de la actualidad. “Fantasía o realidad, a esta historia le da igual”.

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