miércoles, 11 de noviembre de 2009

El reino del revés

“Es un pueblo digno de su historia. Es una patria justa; soberana y con interés en su futuro. Somos los herederos de un terreno fértil en fortalezas y carisma. Ganamos el prestigio por lanzados a una victoria irrefutable que nuestros antepasados festejaron con evidente alegría. Somos los responsables de que este sistema siga funcionando con la grandeza que se merece. Prepárense para la guerra todos aquellos que no tengan la suma intención de continuar este legado grandioso que le ha dado Dios a este país tan formidable. Me arrodillo ante vosotros. Somos un reino en serio…”.

El preámbulo de la constitución es muy fácil de aprender para aquellos que cada año juran la bandera y suplican al cielo la inexorable circunstancia que le dio la vida de transcurrir su paso por el mundo, en estas tierras bendecidas por el orgullo.

Les voy a contar quien soy. Esa es la manera de comenzar, ya que si no, van a notarse perdidos a lo largo del relato y se quedarán preguntando una y mil veces: ¿Por qué pusiste ese título si no tiene nada que ver con la historia que contás?
Bueno, no sigan todo al pie de la letra muchachos.

Mis amigos me dicen Felipe. De hecho, mi documento también dice Felipe. Soy un historiador sagaz, consciente de los hechos que hicieron las veces de parangón suculento y los quiebres en ese mismo devenir histórico. Las transformaciones en los paradigmas son mi especialidad, pero mayor es mi curiosidad cuando me topo con tramas secretas que ningún otro colega haya podido descubrir. Tengo una simpatía extrema; explico las problemáticas con una lucidez envidiable y además conformé una nueva manera de contar la historia. Es por eso que la gente me quiere; me respeta y más aún: volvió a leer los sucesos históricos gracias a esa posibilidad que les brindé.

Como diría mi sobrino: “Esa forma de contar las cosas van como pigna; tío”. Sepan comprender. Mi sobrino tiene problemas para pronunciar la Ñ. Algo que es hereditario.

Estos son datos que poco tienen que ver con lo que les pensaba contar en un principio. La verdad es que cuando lo vi en los diarios no lo pude creer, pero mejor les paso a explicar con lujo de detalles.

La semana pasada ingresé a la biblioteca nacional “Cuatro cabezas piensan mejor que una” (sí, así se llama la institución) y me topé con datos certeros sobre un asunto muy peculiar.

Resulta que hace decenas de años, en un territorio alejado de la enorme urbe capitalina, existía un pueblo ínfimo; muy pequeño y dominado por un poder bastante anacrónico. Es que en pleno auge de los parlamentarismos y la democracia puesta en boga, en el lugar al que hago referencia existía un hombre, que según sus propias palabras que se transcribían en un documento añejo y ya prácticamente destrozado por el paso del tiempo: “Acá se hace lo que yo digo y me la banco. Le pongo el pecho a las balas y esto se demuestra a cada paso que doy”.

Es así como el extraño dictador comenzó a lanzar decretos particularmente curiosos al aire y todos los ciudadanos de ese pueblo debían cumplir las benditas peticiones del señor.

A modo de lista de supermercado salen con fritas los siguientes pedidos:

Comunicado número 1.

Nadie debe bailar con los pies

A partir de ahora: 2 + 2 da como resultado 3

Los bebes deben usar barba y bigote

Desde hoy, un año durará lo que un mes.


Estas son algunas de las locas ideas del presidente honorario del pueblo en cuestión.

Pero hay una ley, de las primeras que me quedé analizando, que se refería a la importancia de la actuación de los medios de comunicación.

Según el decreto 22.222; los títulos en los periódicos deberían contrastar absolutamente con lo que se diagrame en el cuerpo de la noticia. Ergo, cada uno de los postulados en gigantes letras negras a la hora de llamar la atención, deberían contradecir de una vez y para siempre todo lo que diga posteriormente el periodista en los párrafos siguientes.

Así fue como en una de los primeros informes periodísticos regidos por la nueva ordenanza, el gran diario del pueblo tituló:

“El que quiera venir que venga; que le presentaremos batalla”

En la bajada de la nota se ampliaba diciendo que los dichos eran propiedad de un presidente de facto de un país vecino que impulsó desde sus palabras la inmediata necesidad de luchar en una guerra ante el imperio opresor. La nota en sí, hacía referencia a los pronunciamientos de un borracho, que tirado en una esquina, a metros de un bar céntrico, jugaba a la batalla naval con un poste de luz y al que pretendió ganarle amenazándolo ferozmente con aquellos dichos. La cuestión es que (todo según la nota redactada) el alumbrado no se movió de su infranqueable lugar y el mismísimo borracho se sumió en la más dura de las derrotas.

Hundido…

La formidable utilización en combinación del título y su texto correspondiente fue un elogio rotundo para dar el OK a tamaña ley emanada desde el Ejecutivo.

Este método periodístico fue ganando adeptos con el correr de los años, y el pueblo comenzó a entender cada vez más, la manera de tratar la realidad que tenían los medios de comunicación.

Un amigo periodista me contó de qué se trataba toda esta perorata informativa que se usaba en aquellos tiempos.

Mario me explicó a la perfección este formato novedoso.

“Se trata de la inversión del orden de la información”, se envalentonó con sumo interés.

“Una veintena de datos hacen a una noticia. Todos deberían confluir al cumplimiento de las preguntas básicas que el periodismo ha clavado en el frontispicio de su fatua catedral: “Qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué.” Este listado parece más una regla nemotécnica que un procedimiento narrativo, aún cuando sea las dos cosas".

Cuando comenzó su explicación sobre la importancia del periodismo en la actualidad y su formación ética que se vanagloria hoy en día, yo aún me había quedado inmerso en la palabra: “Frontispicio”. ¿Qué carajo será? Ni a Simón Bolivar lo he visto documentar esa palabra en alguno de sus discursos.

Pero Mario continuaba su clase de ética periodística:

“Como ovejas arriadas por unos necios pero pertinaces perros pastores, la veintena de datos que hacen a la noticia son acorralados en la necesidad del título. Si lo que hace falta es un caso de “acoso sexual”, cada dato-oveja que pueda por ambigüedad o imprecisión alentar la sospecha es traído al frente del corral, hacia la zona de la primera mirada del lector, oyente o televidente. Por el contrario, los datos-ovejas que impongan dudas sobre la veracidad del título deberán ser confinados a los fondos del corral o directamente desalojados”.

Mario ya empezaba a preocuparme por su estado de salud mental al involucrar a los datos con ovejas y el acoso sexual. Quizás sea un pastor reprimido, todavía no lo sé. Esos gustos no están a mi alcance de historiador.

Pero lo importante lo voy entendiendo y así le doy un pantallazo de lo que creo haber comprendido de su entusiasta explicación.

Parece ser que los medios de comunicación se apropiaron de ciertos métodos que se legalizaron de la mano de este patriarca desquiciado y entonces cuando dijo a viva voz que no debería haber congruencia entre el título y la nota periodística, los muchachos de la pluma fácil decidieron de buenas a primeras llevar a cabo esa promesa y a partir de allí los relatos modificaron su veracidad. Ahora la necesidad de un titular fuerte es fundamental para atraer la visión del público.

Naturalmente la quimera es abrir las mentes de la audiencia para que lea desde el vamos un título alentador y conciso que le permita conocer la realidad a su manera y luego en el texto que jamás será leído de forma íntegra, contar lo que se les dé la gana… total nadie se dará cuenta que hablan de otra situación.

La inversión de la noticia está a flor de piel y entonces un mecanismo que inauguró un loco se transformó en éticamente posible para todos los medios de comunicación.

Así fue cómo leí anoche algo que me hizo sonreír.

El presidente extraño dijo el 6 de noviembre de vaya uno a saber qué año:

“Hay que ir al baño con linterna”

En un nuevo decreto particular del pueblo olvidado, los medios pusieron en tela de juicio ese título que conmovió al público, que ya pensaba dónde conseguir pilas a las 4 de la mañana si por casualidad caducaban su utilización en el mismo momento que la naturaleza llamara por las noches.

Pero la nota hablaba sobre los ahorros fundamentales, en el transcurso de un periodo importante, de la energía que estaba en baja. La necesidad de imponer ciertas ideas para no gastar en desmedida esos recursos que le son bendecidas al pueblo.

Y los medios siguieron al pie del cañón lo que la ley anterior decía por más que pudieran crispar los ánimos del público con el presidente.

La inversión de la noticia es hoy un paradigma más en las formas de manipulación informativa y todo se lo debemos a una ley extraña nacida de la mente de un loco.

Esos son los hechos que hay que relatar en la historia. Darle un vuelco de 180 grados a cómo contar lo que sucede en el devenir histórico. Algo parecido a lo que hacen los medios de comunicación.

No sé si el título del relato tendrá que ver con el texto, pero realmente es muy interesante este reino del revés…

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